Aportaciones teológicas, canónicas y pastorales de la Secretaría del Sínodo para reflexión y debate de la Asamblea Sinodal

La sinodalidad es el modo de vida y da actuación de la Iglesia Pueblo de Dios, que se concreta en la comunión

Una cuestión fundamental en una Iglesia sinodal es el discernimiento, lo que debe llevar a preguntarse sobre el por qué ser una Iglesia sinodal, que tiene que ver con el sensus fidei, la capacidad de todos los fieles de acoger en el corazón el amor de Dios revelado, que subraya la importancia de la dignidad bautismal

Es necesario consulta y deliberación en los procesos de toma de decisiones, superando un clericalismo individual y una asimetría que manifiesta una desigualdad entre los fieles que se refleja en los procesos de toma de decisiones

La participación de mujeres y hombres laicos no es una amenaza, sino un enriquecimiento porque permite a la Iglesia beneficiarse de la obra del Espíritu Santo en sus diversos miembros.

A pocos días del inicio de la Segunda Sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo sobre la Sinodalidad, prevista de 2 a 27 de octubre en el Vaticano, es importante conocer las aportaciones teológicas, canónicas y pastorales que la Secretaría del Sínodo ha elaborado fruto del trabajo realizado por teólogos, biblistas, canonistas de los diversos continentes a lo largo de los últimos meses.

Diversidad de estilos y sensibilidades

El texto, publicado en italiano, es fruto de cinco grupos de trabajo, que recogiendo las aportaciones realizadas a diversos niveles han sido la base para la elaboración del Instrumentum laboris para la Segunda Sesión. Son 24 textos que, en palabras del secretario del Sínodo, cardenal Mario Grech, son ofrecidos como un servicio a la reflexión y al debate, con una diversidad de estilos y sensibilidades.

Se parte del concepto de Pueblo de Dios, como comunidad y sujeto histórico de la sinodalidad, algo que es desarrollado en Lumen Gentium, que no define la Iglesia, pero la describe de diversos modos, presentándola como sujeto, como una Iglesia de Iglesias, como portadora de los dones de Dios, como el “nosotros” de la fe. A partir de ahí se aborda la cuestión de la Iglesia sacramento de vínculos, relaciones y comunión, reflexionando sobre el concepto y la concreción histórica de los sacramentos, advirtiendo sobre la tentación de pensar en la Iglesia como un “sustituto” de Cristo, pues ella es sacramento de Cristo, en una dinámica relacional, no sustitutiva, fijista, estática, identitaria.

El nexo sinodalidad-comunión-misión es punto de reflexión, dado que el Pueblo de Dios peregrino es esencialmente misionero, es el sujeto de la sinodalidad misionera, una idea presente en Evangelii Gaudium. En ese sentido, la categoría de sinodalidad no es una alternativa a la de comunión, pues la sinodalidad es el modo de vida y da actuación de la Iglesia Pueblo de Dios, que se concreta en la comunión. De ahí surgen las formas de comunión, de los fieles, eclesial y episcopal, cada una de ellas explicadas en el texto, algo que nace la igual dignidad bautismal. Se recuerda que la comunión es el fundamento del orden en la Iglesia, que garantiza la correcta relación entre unidad y pluriformidad. De ahí que el proceso sinodal sea una vía privilegiada para realizar la comunión en todos los niveles de la Iglesia.

Unidad y diversidad

Los carismas y ministerios, que son “manifestaciones del Espíritu”, llevan a reflexionar sobre la unidad y diversidad, superando las fuentes de división, teniendo como base la literatura paulina y mostrando aspectos teológicos, cristológicos, eclesiológicos, pneumatológicos y antropológicos. Eso lleva a reflexionar sobre el ministerio ordenado en sus diversos grados: obispos, sacerdotes y diáconos, abordando la colegialidad que lleve a superar visiones individualistas del ministerio ordenado.

Una cuestión fundamental en una Iglesia sinodal es el discernimiento, lo que debe llevar a preguntarse sobre el por qué ser una Iglesia sinodal, que tiene que ver con el sensus fidei, la capacidad de todos los fieles de acoger en el corazón el amor de Dios revelado, que subraya la importancia de la dignidad bautismal. Una temática abordada a la luz de Gaudium et Spes, llegando a poner la toma de decisiones en la conciencia individual de cada bautizado. A partir de ahí surge el debate sobre cómo vivir el discernimiento eclesial, que nace del Espíritu y que lleva a reconocer que Dios se manifiesta y actúa en la realidad. Eso porque el Espíritu, que no tolera la uniformidad, obra el milagro de la diversidad en todos y en todo, en vista de la comunión. No olvidar que el discernimiento no es un método y sí un estilo, y la importancia de la escucha, sin resistencias, preconceptos, miedos.

Para gobernar de manera sinodal es necesario captar las “resonancias” del Espíritu que son perceptibles en cada persona y cultura, lo que demanda vida espiritual, sinodalidad, colegialidad y primado, a través de un discernimiento eclesial, en una corresponsabilidad diversificada que llegue hasta la escucha de la obra del Espíritu. Es necesario consulta y deliberación en los procesos de toma de decisiones, superando un clericalismo individual y una asimetría que manifiesta una desigualdad entre los fieles que se refleja en los procesos de toma de decisiones. Se busca con ello la participación de todos en la elaboración de la decisión, pues eso construye la Iglesia.

Participación de la mujer

Eso lleva a reflexionar sobre la participación de la mujer en los oficios eclesiásticos, analizando elementos presentes en el Vaticano II y en el Derecho Canónico, enfatizando que la participación de mujeres y hombres laicos no es una amenaza, sino un enriquecimiento porque permite a la Iglesia beneficiarse de la obra del Espíritu Santo en sus diversos miembros. El texto analiza la elaboración de la norma canónica en una Iglesia sinodal, buscando la toma de decisiones del modo más representativo posible, pasando de decidir desde un poder personal a la asunción personal de la responsabilidad comunitaria. Lo que se pide es transparencia, responsabilidad y evaluación, rendir cuentas, algo ya presente en la Biblia, mostrando que en la Iglesia somos “responsables juntos”, que existe una relación de interdependencia, sin nadie creerse por encima.

En esa perspectiva, el documento presenta líneas de una teología cristiana de la corresponsabilidad, que parte de la necesidad de ser una Iglesia transparente y responsable en todos los niveles y por parte de todos, y así generar confianza y credibilidad, teniendo como fundamento la escucha de la voz del Espíritu. Igualmente se aborda la dimensión cultural como paradigma de cambio, que concierne al contenido de la fe y al perfil del creyente y su nivel de conciencia, destacando la necesaria reflexión sobre el lugar, cada iglesia, en que esa fe es vivida.

En la reflexión se presenta como abordar las grandes cuestiones morales y pastorales desde una perspectiva canónica. Se afirma que hay espacio para la participación de todos los fieles, aunque de forma no institucionalizada, cuestionando si mantener o no la reserva de funciones exclusivas a los clérigos. Con relación al Estatuto de las Conferencias Episcopales, se reflexiona sobre si son instancias de consulta y coordinación pastoral o de autoridad episcopal, viendo la posibilidad de la integración de los no obispos entre los miembros, en la línea de Praedicate Evangelium.

Superar el centralismo y favorecer la inculturación

A la luz del Decreto Ad Gentes, se dice que las conferencias episcopales presentan el reto de superar el centralismo romano y favorecer la inculturación del Evangelio y profundizar en la catolicidad, proponiendo algunos aspectos propios. Una reflexión que también lleva a ver el papel de las agrupaciones continentales de Iglesias, 15 actualmente, presentando como ejemplo la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, organizada por el CELAM, que presenta como una recepción institucional de la sinodalidad y que fue el modelo de la fase continental del Sínodo sobre la Sinodalidad. Igualmente, la novedad de la CEAMA, con participación de todos los miembros del Pueblo de Dios en la toma de decisiones como miembros iguales de un cuerpo eclesial.

Los concilios provinciales y otros órganos regionales son vistos como una necesidad, apostando en pequeñas modificaciones que eliminen los factores que obstaculizan el funcionamiento de las instituciones actuales, teniendo como base la participación e inculturación. En lo referente al ejercicio del ministerio petrino, se aborda desde un nuevo marco eclesiológico, que ve al obispo de Roma como el principio y el fundamento de la unidad de la Iglesia, entendida como “cuerpo de las Iglesias”, como el garante de la sinodalidad. Desde ahí se aboga por la sana descentralización de la Curia Romana, como aplicación práctica del principio de subsidiariedad dentro de la Iglesia.

Finalmente, se reflexiona en el documento sobre la identidad distintiva del Sínodo de los Obispos, que desempeña un papel de asistencia al Papa a la luz del cambio de la situación de la Iglesia y del mundo. Se aborda la cuestión de los no obispos como miembros de pleno derecho y el papel específico de los obispos, y la especificidad de la función de los obispos, hablando sobre la multiplicidad de dimensiones en el Sínodo y en la Iglesia. Todo ello en vista de una identidad renovada del Sínodo de los Obispos, para lo que se hacen algunas propuestas y se muestra lo que representa la participación del Pueblo de Dios en el contexto del sensus fidelium y el necesario cambio de paradigma que lleve a caminar juntos y escuchar.

Tomado de RELIGIÓN DIGITAL

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