Significativa homilía del purpurado canadiense en el X Encuentro de Pastoral de Movilidad Humana de las Conferencias Episcopales de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe, en Panamá.
Del 19 a 22 de agosto, numerosos obispos y agentes de la Pastoral de Movilidad Humana de las Conferencias Episcopales de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe se han reunido en su décimo encuentro para unificar respuestas pastorales y de acogida en Ciudad de Panamá. Una rica oportunidad de encarnar el Evangelio en el hermano migrante que ha tenido uno de sus momentos claves en la eucaristía que, en la catedral basílica Santa María la Antigua, presidió en la apertura el cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
En su homilía, recogida en parte por ‘Vatican News’, el purpurado jesuita canadiense reconoció que tenía un texto para leer, pero que decidió “hablar desde el corazón” tras visitar el Centro de Recepción Migratoria ‘Lajas Blancas’, en Darién. Tocando esta compleja realidad con sus ojos y sus manos, Czerny enfatizó que los migrantes que llegan a Panamá “vienen del infierno”, superando en el camino todo tipo de pruebas, desde la enfermedad hasta la violencia.
Una luz de esperanza
Eso sí, ante ellos emerge una tenue luz de esperanza: “Hemos encontrado a los migrantes que vinieron del infierno y ahora estaban volviendo a la tierra de los hombres”.
Entroncando su reflexión con el Evangelio, el cardenal puso la mirada en el pueblo de Israel, liderado por Moisés mientras huía de Egipto y, posteriormente, en el desierto, pasando por todo tipo de pruebas y tribulaciones, aunque sin perder nunca del todo la fe. Y así es como, hoy, él ve semejanzas entre esta realidad y la que sufren los inmigrantes en América: “Todos estos sufrimientos no valen tanto si encuentran una acogida cristiana, fraterna y humana”.
Una respuesta global
De ahí el gran reto, para toda la comunidad cristiana del continente, de aunar todos los esfuerzos y compromisos y encarnar de verdad una pastoral migratoria “que abarque toda la región de las Américas, desde Colombia hasta Canadá, incluyendo el Caribe”. Solo así la Iglesia será en verdad “un instrumento de Dios en la creación de un entorno de bienvenida y apoyo para los migrantes que atraviesan sus parroquias y diócesis”.
Sin olvidar que esta experiencia transforma a la persona que ofrece todo lo que tiene al hermano sufriente: “Estos pobres nos permiten encontrarnos con el rostro del Señor”.
Tomado de VIDA NUEVA DIGITAL