Para hacer teología: tocar las heridas y meter el dedo en las llagas

Esta semana que pasó, febrero 15, sustenté mi tesis “Claves de salvación en las mujeres buscadoras de los desaparecidos” y concluí así mi proceso de maestría en teología latinoamericana en la Universidad José Simeón Cañas, la UCA, de El Salvador.   En este artículo quiero compartir con ustedes, lectoras y lectores de Religión Digital, lo que significó esta experiencia.

Habría que hacer teología no sólo al estilo de Tomás de Aquino, sino sobre todo al estilo del otro Tomás, el apóstol, que no quiso oír hablar de Jesús como si fuera un fantasma, un espíritu o una idea, y quiso esperar hasta tocar sus heridas y meter el dedo en sus llagas; sí, hacer teología tocando las heridas de las víctimas y metiendo el dedo en sus llagas; porque los que sufren están, como dijo Jon Sobrino, “en lugar de Dios”, y porque ellos son Cristo para nosotros hoy. 

Tomás no es el apóstol escéptico y dudoso, es el que nos ayuda a hacer teología desde la encarnación. Agradezco a la UCA, a la maestría en teología latinoamericana, que me ha entregado este método teológico que se hunde en la tradición apostólica.

Esta semana que pasó, febrero 15, sustenté mi tesis “Claves de salvación en las mujeres buscadoras de los desaparecidos” y concluí así mi proceso de maestría en teología latinoamericana en la Universidad José Simeón Cañas, la UCA, de El Salvador.   En este artículo quiero compartir con ustedes, lectoras y lectores de Religión Digital, lo que significó esta experiencia.

Las cosas, normalmente, son menos de lo que esperábamos; en este caso no lo fue, la maestría en teología latinoamericana, teología de la liberación, superó mis expectativas, afirmé búsquedas, se me abrieron nuevos horizontes, me nacieron nuevos ojos para ver a Dios en todo lo que veo, y, especialmente, allí donde se hace denso y tangible, en los pobres, en las víctimas.

Busqué la UCA, la universidad de los mártires, de Ignacio Ellacuría y sus compañeras y compañeros asesinados, porque la teología allí está sellada con la sangre, porque es un saber-sabor por el que vale la pena morir.  Me alentaba también la universidad centroamericana porque de allí Oscar Arnulfo Romero había recibido inspiración para leer el evangelio en lo que les pasa a los pobres y para dar la vida.

Quería conectarme a la tradición latinoamericana, la que empezó hace más de 500 años en el sermón de Montesinos defendiendo a los indígenas esclavizados y se hizo vida en Bartolomé de las Casas; tradición que despertó en la Conferencia de Medellín y que entregó a la Iglesia la opción preferencial por los pobres; sentía el llamado a ponerme en la línea de Gustavo Gutiérrez, Pedro Casaldáliga, Enrique Angelelli, Ivonne Gebara, Leonardo Boff, Jon Sobrino, María Clara Lucchetti, Segundo Galilea, Rutilio Grande, Gerardo Valencia, Isabel Corpas de Posada, Jaime Restrepo López, Francisco de Roux, Lucho Espinal, Tiberio Fernández, Federico Carrasquilla, Maritze Trigos, Yolanda Cerón, Leonidas Proaño…etc.  Busqué la UCA por todo esto y no quedé defraudado, me dieron más todavía.

Tantas cosas sucedieron en estos tres años.  Aprendí a leer las escrituras en los márgenes y desde la perspectiva de los pobres; contemplar el rostro de Dios que se revela a los negros, a los campesinos, a los indígenas de nuestro continente; hacer mía la teología eco-feminista y decidirme a mirar desde ese punto de vista;  acercar mi oído a la tierra y escuchar su grito revelador; escrutar los evangelios con los sencillos y oír los secretos que a ellos se les revelan; pensar desde el reverso de la historia y poner un oído en la Palabra de Dios y otro en el pueblo; acercarme a la realidad de violencia y de muerte que vive mi país y descubrir allí la teofanía, la presencia de Dios.

Hacer mía la teología queer y la de muchos otros grupos mandados a callar y comprobar que hay revelación en los otros, en las otras, y, porque no, en lesotres; hacer teología como “acto segundo” y dejar que lo primero sea la práctica de Jesús, el compromiso con los que no cuentan y están ninguneados; concienciar que la salvación que Cristo nos ofrece viene de los que sufren y aparecen como víctimas; dejarme cargar por la realidad de los pobres y abrirme a la gracia de Dios que ellos median; escuchar la teología de las creaturas y del planeta herido.  Un fruto que agradezco es que la maestría me dio instrumentos para acercarme a las víctimas del conflicto armado de mi país, especialmente las mujeres buscadoras de los desaparecidos, y encontrar salvación en lo que dicen y hacen.

Durante la sustentación de la tesis, Theresa Denger, quien acompañó mi investigación y reflexión, me preguntó que cómo tenemos que reelaborar nuestros tratados sobre Dios en las universidades, cómo tendría que ser la teología, cómo tendríamos que hablar sobre Dios en las iglesias, en la predicación.  Le respondía, así espontáneamente, sin tiempo a pensarlo mucho, que habría que hacer teología no sólo al estilo de Tomás de Aquino, sino sobre todo al estilo del otro Tomás, el apóstol, que no quiso oír hablar de Jesús como si fuera un fantasma, un espíritu o una idea, y quiso esperar hasta tocar sus heridas y meter el dedo en sus llagas.

Sí, hacer teología tocando las heridas de las víctimas y metiendo el dedo en sus llagas; porque los que sufren están, como dijo Jon Sobrino, “en lugar de Dios”, y porque ellos son Cristo para nosotros hoy; no es leer libros para escribir más libros, es bajar a los crucificados de sus cruces: así, sólo así, podemos comunicar algo del misterio de Dios.  Tomás no es el apóstol escéptico y dudoso, es el que nos ayuda a hacer teología desde la encarnación. Agradezco a la UCA, a la maestría en teología latinoamericana, que me ha entregado este método teológico que se hunde en la tradición apostólica. Gracias por esa teología en salida. Un abrazo a mis maestras y maestros, a mis compañeras y compañeros de curso.

Les dejo el link de la defensa de mi tesis sobre la salvación de Dios en las mujeres buscadoras de los desaparecidos; así les entrego un fruto de lo que agradezco: “no basta con dar las gracias sin dar lo que las merece”.

Tomado de RELIGIÓN DIGITAL

Compartir