Estaba reflexionando sobre la riqueza de nuestros países latinoamericanos, sus recursos y su pujanza, su capacidad de auto-crítica y auto-reflexión, nosotros constatamos que la violencia no es la respuesta a la salida de una crisis.
Algunos dirán “mega-crisis”, porque no sólo las personan aguantan hambre, también siente humillación, persecución, más pobreza… como nos dice un autor contemporáneo: “… la novedad radical del COVID 19 reside en que ha provocado una megacrisis como resultado de la combinación de crisis políticas, económicas, sociales, ecológicas, nacionales y planetarias que se retroalimentan y cuyos componentes, interacciones e indeterminaciones múltiples están relacionados” (Morin, Edgar, cambiemos de vía, lecciones de pandemia, ed. Paidós, P. 19)… todo para que sea una bomba de tiempo que en cualquier momento puede explotar.
No solo, basta con discursos elegantes y bonitos, si nos olvidamos de lo esencial no vamos a salir de la crisis que vive la humanidad.
Lo esencial en cualquier conflicto consiste en preservar la vida de las personas, cada uno en su dignidad y respeto, no podemos permitir que vulneren el mínimo derecho a expresarnos libremente, escoger una carrera, escoger dónde vivir, dónde crecer y donde desarrollar “libremente” la vida.
La realidad hoy, los condicionamientos del confinamiento nos han llevado a todos a cuestionarnos nuestro modo de vida, nuestras verdaderas necesidades, nuestras aspiraciones, que se hallan reprimidas en los que solo viven para trabajar, olvidadas en aquellos que gozan de una vida menos esclava, y, en general, enmascaradas por las alineaciones de lo cotidiano…y las implicaciones que esto cuesta.
Otros temas actuales para seguir estudiando, serían las lecciones que nos ha dejado estas situaciones y realidades que nos confrontan, tales como: la fragilidad de nuestra condición humana, la incertidumbre que atraviesa nuestras vidas (¿estamos preparados?) … sin embargo, no todo es negativo, existen cosas positivas también, tales como: el despertar de nuestra solidaridad en pro de los más necesitados, se ha despertado los actos y las iniciativas de ayuda humanitaria, actos simbólicos y aportes al momento que pasamos en la realidad.
En un breve recorrido, quiero presentar el estilo que debe imperar en la vida de todo cristiano, desde el discipulado de Jesús que tenía su propio estilo y con él daba forma humana a la experiencia que él mismo tenía del Padre hasta la experiencia en la escuela Eudista; por eso, Jesús aparecía ante los discípulos y la gente como:
Una persona de paz, que inspira paz y reconciliación. Su presencia serena y segura era capaz de ofrecer firmeza, seguridad y confianza en medio de los problemas, los fracasos y las crisis que parecían socavar la vida comunitaria (cfr. Mc. 6,47-52; 9, 24-27). “En marzo de 1961 dos disparos hechos con pésima puntería contra el padre Rafael García Herreros que él comentó estoicamente: “El uno fue contra mí y el otro contra la obra”. Por fortuna ambos salieron ilesos.” (Rafael García Herreros, cjm, Una vida, una obra, 1984, P. 144). Esto es lo que cuesta anunciar el evangelio y hacer obras de paz.
Una persona libre y liberada, que despierta y anima a la libertad. No se coarta ante nada ni nadie. Es libre para actuar y amar, porque la única presión que experimenta es la de anunciar el Reino y hacer presente la misericordia del Padre (cfr. Lc. 13,31-33).
Una persona de oración, a la que se le ve orando continuamente y en todos los momentos importantes de su vida, y es capaz de despertar en los otros las ansias de orar: “Señor, enséñanos a orar!” (Lc. 11,1-4). Es que su vida toda estaba en función del Padre y en él se sumergía frecuentemente para conocer su Voluntad y su proyecto (Lc. 6,12-13).
Una persona afectiva y cariñosa, que inspira fuertes respuestas de amor; por eso es capaz de acoger a los pecadores y a los débiles y hacerse presente en sus vidas con una palabra o una acción de misericordia (Mt. 19,13-15; Lc. 7,37-50 ; 15,1-2).
Una persona realista y observadora, que se fija en detalles y en los signos de la creación y es capaz de orientar la atención de los discípulos hacia las realidades más hondas de la vida y hacia la presencia salvadora de Dios en los acontecimientos (Mc. 12,41-44; 13,28-32; Lc. 8,43-48; Mc. 8,14-21).
Una persona atenta, preocupada por los discípulos en detalles tan diarios e importantes como su comida, su descanso y el compartir de todos en la obra del Reino (Jn. 21,9; Mc. 6,31).
Una persona comprensiva, que acepta a los discípulos como son, los corrige, los instruye y no los rechaza cuando huyen o lo traicionan (Mc. 14,26-31; 9,28-29; Mt. 26,47-50; Lc. 9,51-56).
La espiritualidad del discípulo de Jesús en la escuela eudista
Al llegar aquí nos ha de quedar clara la exigencia actual de volver al Evangelio y tratar de encontrar en él los rasgos más fundamentales de Jesús como formador, para tratar de vivirlos en nuestro propio ministerio como educadores de mejores seres humanos y buenos formadores. Igualmente, hemos de descubrir agradecidos las grandes intuiciones de san Juan Eudes cuando, en el siglo XVII, y “arrebatado por el amor de Jesús, llevó en su corazón las angustias y necesidades de sus hermanos y hermanas, y abrió con audacia nuevos caminos para hacer crecer el Reino de Jesús” (Constituciones de la Congregación Jesús y María, N. 14).
Con relación a lo primero (la exigencia de volver al Evangelio), quiero subrayar algunos elementos más sobresalientes:
No pongamos otro Evangelio. Poner a la base de todo que lo que constituye la originalidad de toda vocación y lo que construye nuestra identidad y nuestra gloria es el ser discípulos de Jesús. El discipulado como criterio de acción, el ser discípulos como máxima aspiración de la vida y el ser llamado por Jesús en su seguimiento: tales elementos han de marcar nuestro estilo formativo. No la búsqueda de un status ni de un título o un puesto de responsabilidad en la Iglesia y en el mundo.
Asumir el proceso formativo en las instituciones educativas, no solo la clase de religión, o la catequesis, sino una experiencia de seguimiento en la Escuela de Jesús, pero también de una lenta “configuración “con Cristo, Buen Pastor, todos estamos en aras de crecer como seres humanos.
Darle la importancia que se merece al trato íntimo y prolongado con Jesús, en la oración personal y comunitaria, pero también en la contemplación y la escucha de su Palabra.
Descubrir y vivenciar la persona de Jesús como el Único Maestro y Señor de la vida para centrar en Él todo lo que somos y hacemos.
Hacer del seguimiento a Jesús y del servicio a Él y a los hermanos las características que marquen la vida diaria y moldeen la identidad de los jóvenes que desean llegar a ser Pastores al estilo de Jesús.
Ofrecer a las personas que están a nuestro cargo un verdadero, serio y constante “acompañamiento”, al estilo de Jesús. Lo cual implica un tiempo de calidad ofrecido con amor y un “estar con ellos” y ser “para ellos “una presencia viva de Jesús que orienta y guía.
Ofrecer también un estilo de formación basado en la confianza y la entrega de responsabilidades para asumir la Misión. “Libertad con responsabilidad” y “envío constante a la Misión del Reino “serán dos criterios básicos de formación.
Evaluar constantemente y enseñar a autoevaluarnos para fortalecer y afirmar el proceso de crecimiento en la vida y formativo pero también para lograr una acción más concreta al servicio del Evangelio: tal será una exigencia permanente para nosotros como educadores y formadores. Pero una evaluación con las características propias del Evangelio de Jesús.
Marcar a los jóvenes con una característica muy evangélica: la apertura a todos y el amor misericordioso por todos, como Jesús. Este es nuestro ADN, está en nuestra sangre, respira cada poro de nuestro ser el amor misericordioso de Jesús para todos los seres humanos, nuestros genes eudistas están inspirados en la misericordia con los más necesitados. Una característica propia del Siervo García Herreros con la obra Minuto de Dios, fue su opción por los pobres y los más necesitados, tanto que el banquete del millón que se realiza año tras año, lleva el sello de caridad por sus necesidades, a lo largo de la historia ha podido construir casas para familias necesitadas, ayudando en la calidad de vida y hoy con su colaboración a pequeños empresarios.
En cuanto a las intuiciones eudistas válidas para la formación integral del ser humano, me parece importante destacar:
La centralidad de Jesús en la vida del cristiano y del presbítero. “Se trata de que Jesús viva en nosotros, que en nosotros sea santificado y glorificado, que en nosotros establezca el reino de su espíritu, de su amor y de sus demás virtudes” (O.E. pág. 112). “Jesús debe ser el objeto único de nuestro espíritu y de nuestro corazón. Todas las cosas debemos verlas y amarlas en él y sólo a él en ellas. Nuestro contento y nuestro paraíso debe ser él” (O.E. pág. 124).
La recuperación en la vida diaria de “los cuatro fundamentos de la vida cristiana” como una manera concreta de vivir el proceso del seguimiento de Jesús (O.E. pág. 135-157).
La visión de la vida cristiana como un “continuar y completar la vida de Jesús”, siendo otros tantos Jesús sobre la tierra, dejándonos animar de su propio espíritu, viviendo su misma vida, caminando tras sus huellas, revistiéndonos de sus sentimientos y realizando todas nuestras acciones con sus mismas disposiciones e intenciones (O.E. pág. 131-134).
La invitación a buscar decididamente la santidad en la vida diaria porque “ser cristiano y ser santo es la misma cosa “ y hacer de nuestras comunidades una “escuela de santidad”.
El asumir la formación de buenos cristianos y agentes líderes (servidores) como una tarea y un trabajo salvífico que supera a las demás obras del ministerio que nos planteaba S: “Significa salvar a los que salvan, dirigir a los que dirigen, enseñar a los que enseñan, apacentar a los que apacientan, iluminar a los que son la luz del mundo, santificar a los que son la santificación de la Iglesia.”(O.C. X, pág. 417). A eso estamos llamados como formadores de mejores seres humanos, por pura misericordia y confianza, sin merecerlo jamás.
Tomado de VIDA NUEVA DIGITAL