LA PARÁBOLA DEL MERCADER EXPLICADA POR EL PAPA (CON PREGUNTAS CONCRETAS PARA APLICARLAS A LA VIDA).

Unas 11 mil personas acudieron al medio día del domingo 30 de julio a la Plaza de San Pedro para acompañar durante el rezo de la oración mariana del Ángelus. En las palabras tras la alocución y la oración mariana el Papa recordó que ese domingo el mundo recordaba la jornada contra la trata de personas y también hizo un llamamiento a Rusia para reestablecer el aprovisionamiento de grano. Finalmente pidió rezar por su viaje a Portugal, para la Jornada Mundial de la Juventud. A continuación la traducción al español de ZENIT de la alocución del Papa:

Hoy el Evangelio cuenta la parábola de un mercader en busca de perlas preciosas. Él, dice Jesús, «encontró una perla de gran valor, fue, vendió todos sus bienes y la compró» (Mt 13,46). Detengámonos un poco en los gestos de este mercader, que primero busca, luego encuentra y finalmente compra.

Primer gesto: buscar. Se trata de un mercader emprendedor, que no se queda quieto, sino que sale de su casa y se pone en camino en busca de perlas preciosas. No dice: «Me conformo con las que tengo», sino que busca otras más bellas. Y esto nos invita a no encerrarnos en la costumbre, en la mediocridad de los que se contentan, sino a reavivar el deseo, para que no se apague el deseo de buscar, de ir adelante; a cultivar los sueños de bien, a buscar la novedad del Señor, porque el Señor no es repetitivo, trae siempre la novedad, la novedad del Espíritu, hace siempre nuevas las realidades de la vida (cf. Ap 21,5). Y debemos tener esta actitud: buscar.

El segundo acto del comerciante es encontrar. Es una persona astuta que «tiene ojo» y sabe reconocer una perla de gran valor. No es fácil. Pensemos, por ejemplo, en los fascinantes bazares orientales, donde los puestos, repletos de mercancías, se agolpan a lo largo de las paredes de calles llenas de gente; o en algunos de los puestos que se ven en muchas ciudades, repletos de libros y objetos diversos. A veces, en estos mercados, si uno se detiene a mirar con atención, puede descubrir tesoros: cosas preciosas, volúmenes raros que, mezclados con todo lo demás, uno no advierte a primera vista. Pero el mercader de la parábola tiene buen ojo y sabe encontrar, sabe «discernir» para encontrar la perla. Esto también es una lección para nosotros: cada día, en casa, en la calle, en el trabajo, de vacaciones, tenemos la oportunidad de discernir el bien. Y es importante saber encontrar lo que importa: entrenarnos para reconocer las gemas preciosas de la vida y distinguirlas de la basura. No desperdiciemos nuestro tiempo y nuestra libertad en cosas triviales, pasatiempos que nos dejan vacíos por dentro, mientras que la vida nos ofrece cada día la perla preciosa del encuentro con Dios y con los demás. Hay que saber reconocerla: discernir para encontrarla.

Y el último gesto del mercader: compra la perla. Al darse cuenta de su inmenso valor, lo vende todo, sacrifica todos sus bienes para tenerla. Cambia radicalmente el inventario de su almacén; no queda nada más que esa perla: es su única riqueza, el sentido de su presente y de su futuro. Esto también es una invitación para nosotros. Pero, ¿cuál es esa perla por la que se puede renunciar a todo, de la que nos habla el Señor? Esta perla es Él mismo, ¡es el Señor! Busca al Señor y encuentra al Señor, encuentra al Señor, vive con el Señor. La perla es Jesús: Él es la perla preciosa de la vida, que hay que buscar, encontrar y hacer propia. Merece la pena invertirlo todo en Él, porque cuando encuentras a Cristo, la vida cambia. Si encuentras a Cristo, tu vida cambia.

Tomemos, pues, los tres gestos del mercader -buscar, encontrar, comprar- y hagámonos algunas preguntas. Buscar: ¿estoy, en mi vida, buscando? ¿Siento que he llegado, que estoy contento, o estoy ejercitando mi deseo del bien? ¿Estoy en «jubilación espiritual»? ¡Cuántos jóvenes están jubilados! En segundo lugar, encontrar: ¿me ejercito en discernir lo que es bueno y viene de Dios, sabiendo renunciar a lo que me deja poco o nada? Por último, comprar: ¿sé gastarme por Jesús? ¿Está Él en primer lugar para mí, es Él el mayor bien de la vida? Sería bonito decirle hoy: «Jesús, Tú eres mi mayor bien». Que cada uno en su corazón se lo diga ahora: «Jesús, Tú eres mi mayor bien». Que María nos ayude a buscar, encontrar y abrazar a Jesús con todo nuestro ser.

Tomado de ZENIT

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