Cuando elegimos ser sacerdotes, nos configuramos con Jesús, el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas, que cuidó de cada una de ellas sin importar las condiciones, que abrazó a todas las personas, pero de manera muy especial a aquellos más vulnerables y carentes de bienes materiales. En esa medida, nuestra vida ministerial debe poner en un lugar preponderante a los pobres, entendiendo a partir de dos tipos de necesidades: materiales y espirituales.
En este sentido, la pobreza material es aquella que deshumaniza y ante la cual debemos tomar una postura firme de rechazo y acciones concretas para combatirla. Tristemente, este tipo de pobreza la hemos naturalizado, nos parece casi paisaje observar y conocer las condiciones de escasez y precariedad en que viven muchas personas. Esa mirada indiferente nos aleja completamente del seguimiento de Cristo al que estamos llamados y que hemos optado como sacerdotes. Por eso, es importante que nuestro quehacer tenga en un lugar prioritario las acciones y tareas encaminadas a mitigar las necesidades materiales.
Para lograrlo, los sacerdotes disponemos de formación y estrategias propicias para fortalecer la pastoral social, sea cual sea el contexto en el que nos encontremos. Esta pastoral requiere de habilidades y acciones concretas que permitan atender a los más vulnerables y sosegar las carencias materiales en las que viven. No se trata solo de repartir ayudas humanitarias o entregar ayudas económicas, sino que requiere de una alta dosis de creatividad y gestión que nos permita integrar y sensibilizar a la comunidad en general para atender estos propósitos.
De ahí que sea indispensable conformar un buen equipo de trabajo para la pastoral social y que emprenda diversas tareas, con el fin de llegar a los que más lo necesitan. Por ejemplo, resulta interesante que como sacerdotes lideremos y gestionemos encuentros con personas de escasos recursos y brindemos capacitaciones, con la ayuda de otras entidades, que formen a estas personas en habilidades concretas para un oficio. En esta misma línea, el sacerdote puede acompañar y trabajar de manera articulada con entidades estatales y público-privadas que tienen por objetivo la atención a este tipo de población. Esto se convierte en una pastoral en salida, liberadora y que le apueste a la promoción y prevención integral.
Sin embargo, más allá de la pobreza material, que está claro que debemos combatir, repudiar, denunciar y mitigar, está la pobreza espiritual negativa, que se refiere a la carencia de valores, de experiencia espiritual, de fe, de sentido de vida y de amor. Esta es la pobreza más difícil de combatir, porque no se expone tan fácilmente como la material. Esta es la pobreza de muchas personas que ostentan grandes riquezas, pero que espiritualmente están vacíos y que han perdido el horizonte y el sentido de la vida. ¿Cuántas almas tristes, agobiadas, desgastadas emocionalmente? ¿Cuántas personas con heridas, traumas, miedos y sinsabores por experiencias vividas?
Ante este tipo de pobreza nos tenemos que hacer también sensibles, pues es nuestro deber como representantes de Cristo, dar consuelo a los afligidos y brindar las estrategias necesarias que les permitan dotar de sentido sus vidas. Entonces, en la misma línea de la pastoral social, resulta interesante que esta propicie espacios para hablar sobre las emociones, sobre los valores, sobre el fortalecimiento espiritual y sobre la necesidad de sanar las heridas emocionales.
Aunque pensemos que esta no es tarea nuestra, quizás sea lo más valioso que podemos hacer por las personas más vulnerables: una palabra de consuelo, una reflexión sobre el sentido de vida o simplemente escuchar y permitir que expresen todos los miedos, tristezas y preocupaciones que los afligen. La actitud del sacerdote debe ser, ante todo, de disposición constante y escucha. Entonces, queridos hermanos sacerdotes, la invitación es para que, a ejemplo de San Vicente de Paul, contemplemos a los pobres como iconos de Jesús, que quiso hacerse pobre y que se nos manifiesta por los pobres.
P. JOHN FREDY CORDOBA BEDOYA