Quisiéramos tener muchos y buenos amigos. En el mundo y en los presbiterios hay de todo. Hay quienes, con corazón duro, viven sin amarse y mueren sin llorarse. Otros, con humildad de corazón y en silencio, van haciendo el bien, amando fraternalmente y haciéndose más amigos de los hermanos. ¿Cuántos amigos tienes? ¿Cuántos de ellos son verdaderos amigos?

Celebramos la fiesta de la amistad. “Amigos” se les llama a muchas personas: al compañero de estudio, o de trabajo; al que comparte con nosotros deporte, diversiones y otras actividades; al que sintoniza con nuestros intereses y pensamientos.  Per “amigos verdaderos” se les llama a los que comparten alegrías y tristezas, a los que comparten con nosotros triunfos y luchas, a los que se acercan a nosotros y nos ayudan a solucionar problemas, a los que son incondicionales en servirnos con sus apoyos. Con esos amigos verdaderos vale la pena compartir y celebrar.

Como dice la canción, “ser amigo es hacer al amigo todo el bien”. No es cuestión de suerte, ni de buena voluntad de los demás. Ciertamente, más importante que conseguir amigos es “hacerse amigo”, hacerse buen amigo. Eso depende de que nosotros sepamos apreciar al hermano y servirlo sin esperar recompensa. Sin buscar en ello la satisfacción egoísta de nuestros intereses personales, ventajas, compensaciones, sentirme bien. No es tanto por mí mismo, es para vivir y servir con amor oblativo a los otros hermanos. Ese camino del amor y del servicio gratuito es el que nos hace amigos de los demás. ¿Verdad?

La Iglesia nos recomienda en el Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, 37, “cultivar y vivir maduras y profundas amistades sacerdotales”, las cuales se convierten en

  • Fuente de serenidad y alegría en el ejercicio del ministerio,
  • Ayuda decisiva en las dificultades y
  • Ayuda preciosa para incrementar la caridad pastoral.
  • Además, viviendo la amistad sacerdotal imitamos a Jesús y vivimos la experiencia de los Apóstoles con Él.

Como se trata de “hacerse amigo”, cada uno aprovecharemos la ayuda de Dios para dar pasos de conversión y de crecimiento en las amistades sacerdotales. Vale la pena sacrificarse para conocer mejor a los hermanos, amarlos mejor y servirlos gratuitamente, como Jesús, que no ha venido a ser servido sino a servir (Ver Mt 20, 28). Así nos haremos mejores amigos de muchos. Y, ojalá, ahora y siempre, te reconozcan como “amigo de todos”.

Compartamos con otros hermanos sacerdotes sobre la maravilla de nuestras amistades sacerdotales.

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