Hablar de madurez es hablar de un estado que deseamos alcanzar como personas, porque nos habla de la capacidad de controlar las emociones, de ser responsables, de tener un conocimiento profundo de si mismo, de tener la capacidad de aceptar la realidad tal cual se presenta, de poder estar en soledad, de tener independencia, de aprender de los errores, de no ser resentido, de llegar a una gran capacidad empática, etc. La madurez nos permite dar un trámite satisfactorio a la propia vida, actividad y relaciones con los demás.
Kemi Sogunle dice: “todo el mundo crece, pero no todo el mundo madura”. Esto nos lleva a pensar que la madurez no es un proceso de crecimiento inconsciente que solo se consigue con el pasar del tiempo. La madurez requiere de procesos conscientes que nos lleven a conocer y trabajar varios ámbitos de nuestro ser personal. Como presbíteros, somos los primeros en tener gran interés por nuestra madurez personal y adquirir elementos que nos permitan ayudar a otros en sus propios procesos de madurez humana y espiritual. Pensemos en cuatro ámbitos fundamentales en nuestro proceso de madurez
Ámbito físico: el cuerpo juega un papel importante en nuestro proceso de madurez. La preocupación por el cuidado de la salud, por el buen funcionamiento del organismo, el procurar el buen estado del cuerpo mediante el ejercicio, deporte, alimentación balanceada, atención médica oportuna, etc, colaborará en la madure física. Es importante señalar la repercusión negativa que el descuido del cuerpo puede tener en la mente. La falta de ejercicio, por ejemplo, puede conducir al cansancio crónico del que es difícil recuperarse. Aprender a descansar forma parte de un buen proceso de madurez.
Ámbito intelectual: como presbíteros nos es necesario adquirir un conocimiento amplio y verdadero sobre lo que no es propio: identidad, vocación y misión. También es importante que demos respuesta a los interrogantes importantes de nuestra vida ¿Qué es la persona humana? ¿qué sentido tiene la vida? ¿cómo se consigue la felicidad? Etc., si alcanzamos claridad y certeza sobre estas cuestiones, entonces también tendremos convicciones sólidas, criterio seguro para guiar la conducta a corto y largo plazo, con una visión objetiva del momento que vivimos.
Ámbito de la voluntad: se trata de conseguir dos cosas: ser bueno y ser fuerte. Estar permanentemente orientados al bien objetivo, no al egoísmo y al capricho, luego tener el vigor suficiente para actuar lo que se quiere. Esto lógicamente requiere seguir un camino y un proceso mediante actos buenos que frecuentemente requieren esfuerzo. En este camino se debe tener claro ir cultivando las virtudes, que permitirán tener cada vez un voluntad más fuerte y decidida. Cuando la voluntad no se ha encaminado hacia una madurez verdadera se puede caer en la frustración, porque falta la capacidad de llevar a la práctica lo que se quiere causa dificultad para aceptarse a sí mismo, y por tanto, no poder asumir adecuadamente las propias circunstancias.
Ámbito emocional: el mundo de los sentimientos y emociones no es fácil de formar. Poder encontrar la vía concreta para conseguir una afectividad madura implica atender y configurar diversos factores (genéticos, familiares, educativos, etc.) que difícilmente se sistematizan. En buena medida, la formación de los sentimientos y emociones se adquiere “por contagio” en la convivencia con las otras personas, en especial la familia. La madurez intelectual y de la voluntad inciden de manera positiva en la madurez emocional, llevando al autodominio y a la capacidad de encauzar positivamente- no reprimir- la emociones. Sigamos trabajando en estos ámbitos de madurez personal y ayudemos a otros ¡hagámoslo!