Vales más de lo que piensas. Vales más de lo que piensan los demás. Eso lo reconocemos casi todos, menos los que se quejan de lo que no son, o de lo que no tienen, o de lo que no viven, o de lo que no hacen. Todos, aún ellos, queremos crecer, progresar, en todos los aspectos. Queremos realizarnos plenamente según nuestra identidad, vocación y misión.
Los frutos se recogen después de haber sembrado la semilla y de haber cuidado el crecimiento de la plantica. La espera activa y paciente nos lleva hasta la cosecha de los frutos. Lo mismo sucede en nosotros. Tenemos semillas por cuidar y por ayudar a crecer. Tenemos dones por desarrollar y por hacer producir más. Tenemos frutos por recoger.
Se trata, entonces, de aceptar, apreciar y utilizar bien nuestros dones. El primero de ellos es nuestro rostro, nuestro cuerpo, nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón. No es suficiente saber por qué ellos son así como son; es más grande y liberador discernir el para qué me los ha dado Dios.
Además, tenemos una determinada personalidad, única, irrepetible, irremplazable, que Dios nos la ha dado para una misión grande. Y los conocimientos, las cualidades, las capacidades, los valores que tengo, que son especiales para lo que Dios quiere de mí. Tengo conocimientos, habilidades, experiencias, actitudes, con las cuales puedo construir progreso para mí y para otros.
En mi propia persona y en mi vida reconozco que Dios me ha dado determinados talentos, gracias y bendiciones, para que los haga producir en favor de mis hermanos y para gloria de Dios.
Hay cosas que no puedo cambiar y que no necesito cambiar, sino aprovechar: mi cuerpo, los acontecimientos, mi familia, muchas cosas del ambiente. Para algo grande me las da Dios.
Hay otras cosas que sí puedo decidir y hacer: vivir la amistad con Dios y con otras personas, aprovechar los aportes que se me ofrecen en la comunidad, recibir la luz, el amor y la fortaleza que Dios me da, decidir sobre pasos que he de dar.
Dios te ayuda para que crezcas con lo que eres, con lo que vives, con lo que haces y con lo que tienes. Para ello, es decisivo que discernamos el para qué nos los da Dios y con esa orientación sepamos apreciarlos y utilizarlos. No importa tanto lo que tengas, o cuánto tengas. No es bueno estar comparándose con otras personas. Lo importante es reconocer que Dios nos ha hecho bien y nos ha dado todo lo necesario para vivir y cumplir lo que nos ha encomendado.
Vamos, entonces, a apreciar y utilizar mejor lo que somos, lo que vivimos, lo que hacemos y lo que tenemos. ¿Verdad? Con todo lo mío le voy a corresponder bien a Dios, sirviendo a mis hermanos y progresando en todos los aspectos.