EL DISCIPULADO CON LA PALABRA

EL DISCIPULADO CON LA PALABRA

«Hagan discípulos en todas las naciones… enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado» (Mt 28.19-20).

Con esta invitación de Jesús, se designa la misión más importante encomendada por Él: la de seguirlo y propagar su mensaje de salvación. Resulta interesante recordar que la palabra discípulo aparece 269 veces en el Nuevo Testamento, pues la voluntad de Jesús no era la de tener seguidores, ni mucho menos personas que creyeran en su palabra y obra, su intención se mantuvo en hacer discípulos que pudieran poner en práctica sus enseñanzas y replicarlas a muchos más.

Esa es justamente la misión que tenemos como sacerdotes, pues somos privilegiados al poder seguir más de cerca las enseñanzas de Jesús. Nuestro tiempo de formación en el seminario, la oración constante, los cursos de actualización, los retiros espirituales y la predicación continua, nos permiten seguir más de cerca a la persona de Jesús como el gran maestro, que más que palabras, nos dejó sus enseñanzas en el testimonio de vida.

San Pablo ratifica esta misión de discipulado en varias de sus cartas, «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, encárgaselo a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2, 2). De ahí que sea también la invitación constante que se nos hace como ministros ordenados, pues las enseñanzas de Jesús debemos comunicarlas a otros hombres, no para que queden en una predicación vacía y retórica, sino para que puedan ponerlas en práctica y compartirlas en otros lugares: en las familias, en los trabajos, en los centros de educación, etc.

Resulta también importante recalcar que el discipulado requiere de disciplina y oración constante. El discípulo debe dedicar tiempo para comprender las enseñanzas de su maestro y ello conlleva sacrificios, estudio permanente, lectura juiciosa que permita profundizar y dar claridad a las enseñanzas que luego se quieren transmitir. La Palabra de Dios es el manual predilecto del discípulo, pues allí se nutre nuestra fe con la Revelación de Dios. Y lo más importante, las enseñanzas del maestro deben pasar de forma permanente por la oración, que fortalece y enriquece la vida espiritual y permite también el sano discernimiento de la tarea evangelizadora que se nos ha encomendado.

Esta tarea necesita de una coherencia pulcra entre la predicación y la acción. Las enseñanzas siempre resultan más fructíferas cuando somos testigos de una vida que las pone en práctica. De ahí que nuestro llamado al discipulado cristiano requiera la determinación para actuar de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, de modo que quienes sean nuestros discípulos en el trasegar de nuestro ministerio, también puedan ser portadores de esta Buena nueva a través de su testimonio de vida.

Nos queda entonces la invitación, para que asumamos con ímpetu y valentía la misión de ser discípulos del Señor, a través de la palabra que se hace obras y actos de caridad con Dios y con los hermanos. Que nuestra vida dé testimonio constante de la santidad, para cautivar con nuestro ejemplo y palabra a tantos que se acercan a nosotros buscando el rostro amoroso del Señor.

¡Hagámoslo!

John Fredy

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