“Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres: En lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres; no tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: Yo daré el pago merecido, dice el Señor.
Antes al contrario: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Romanos 12,15-21).
Queridos hermanos en esta oportunidad quiero reflexionar sobre un tema maravilloso que personalmente me apasiona y es la fraternidad con los hermanos. Primero que todo debemos experimentar el amor de Dios en nuestras vidas, por medio de un encuentro personal con Jesucristo vivo y resucitado que sana nuestras almas de tal manera que llenos de su presencia y sabiéndonos perdonados y amados por Él, podremos amar a nuestros hermanos, perdonarlos y entenderlos en sus diferentes situaciones.
Cuando reconocemos la presencia de Dios en el prójimo, nos abrimos a la gracia de ver al otro como hermano y sentirlo como regalo de Dios para nuestra vida, de la misma manera sentirnos nosotros como regalo de Dios para el hermano y así se va dando la comunión fraterna que nos impulsa a servir juntos a otras personas. Como nos lo enseña el apóstol San Pablo en el texto que encabeza esta reflexión; debemos tener un mismo sentir unos con otros, llorar con los que lloran, hacer nuestras las angustias y tribulaciones del hermano al igual que sus alegrías y logros en sus vidas.
A través del vínculo del orden sagrado entre obispos, presbíteros, diáconos y entre religiosos, Dios ha creado lazos muy fuertes. Es una vocación particular “a ser uno” (cf Jn 17,20), la cual se convierte en espacio vital y en motor fundamental para la vida y la misión.
A parte de los lazos que nos unen por el sacramento del Bautismo y del Orden Sacerdotal, existen tres nuevos lazos que nos hermanan mucho más a saber: La caridad pastoral, el ministerio pastoral y la fraternidad sacramental que nos animan a amar doblemente al hermano ministro ordenado, ya que doblemente nos donamos a él como regalo de Dios y doblemente nos ayudamos en la vida y el ministerio conforme a la corresponsabilidad pastoral que nos une.
También quiero exhortar a tantos laicos que leen estas líneas para que experimentando el amor de Dios en sus vidas y su misericordia infinita puedan ustedes también ser amorosos y misericordiosos en cada uno de sus estados de vida ya sea soltero, casado, viudo o separado, siempre tendrán la oportunidad de ejercer la fraternidad afectiva y efectiva en los diferentes estamentos en que se desenvuelven día a día, iniciando por sus hogares, los barrios en los que viven, los lugares donde trabajan y las sitios donde se reúnen para vivir la fe en comunidad. Que cada uno pueda ver la presencia de Dios en el hermano sufriente y aún en el hermano que deberíamos amar más. Cada instante de misericordia que podamos vivir con nuestros hermanos, es instante de oportunidad para alcanzar la santidad ejerciendo con amor el Gran mandamiento dado por Nuestro Señor Jesucristo: “Amar al Prójimo como a uno mismo”. La santísima Virgen María ejemplo de amor y servicio efectivo y afectivo sea nuestro ejemplo a seguir en la práctica de esta hermosa virtud.
Padre Carlos Alberto Castaño Arango