EL PRIMER PASO PARA LA CONVERSIÓN
Ya dimos el primer paso para iniciar la Cuaresma; celebramos el miércoles de ceniza. Y el segundo paso fue el primer domingo de cuaresma, el de las “tentaciones de Jesús” y el tercer paso: la “Transfiguración del Señor” en el monte Tabor. En fin, como que los pasos ya van tomando carrera y nos están acercando, queriéndolo o no, la Semana Santa.
¿Qué es la conversión?
No nos olvidemos que la cuaresma es tiempo de conversión, de cambio, de renovación. Por ello necesitamos estar alertas para que no nos tome desprevenido a la llegada del Señor Jesús a Jerusalén para su pasión y su glorificación. Hoy les invito a que repasemos qué es la conversión: Es, ante todo, un proceso, no un acontecimiento. Viene como resultado de nuestros esfuerzos por seguir al Salvador. Dichos esfuerzos entrañan ejercer la fe en Jesucristo, arrepentirnos del pecado, bautizarnos, recibir el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin en la fe.
¿Para qué sirve la conversión?
«Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.» (Mc 1,15).
Jesús anuncia la llegada del reino de Dios como la gran noticia y novedad de su mensaje. Invita a acogerlo como una opción fundamental de vida. Su llamada a la conversión es un componente intrínseco para entrar en la dinámica del reino. La traducción que utiliza la Biblia “Dios habla hoy”, como alternativa de “conversión”, permite acercarse a su significado en clave de encuentro con Dios nuestro Padre «vuélvanse a Dios».
El llamado que hace Jesús es ya una iniciativa del propio Dios, que invita a hacer un alto en el trajín de la vida, para volver la mirada al Creador y retornar a Él. «Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (Jn 6,44) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (1 Jn 4,10)».
¿Todos debemos convertirnos?
Por supuesto. Incluso el que se cree ya santo y “super bien con Dios”. Como dice san Pablo: “El que está en pie, cuidado, no sea que caiga” La conversión nace de una experiencia profunda de amor entre Dios y la persona que acepta, a reconsiderar el modo en que está viviendo, a revisar la escala de valores, los fundamentos de la propia existencia, las motivaciones y el sentido de su vida, desde los valores y propuesta del Evangelio; para luego tomar la decisión de transformar y cambiar todo aquello que impide que se haga realidad, el gran sueño de Dios para cada uno de sus hijos e hijas, una vida plena (Jn 10,10). Siempre podemos involucrarnos e involucrándose en la misión de hacer del mundo, un mundo más humano, donde rija la dignidad humana, la justicia, el amor, la compasión.
¿Convertirnos de qué y para qué?
Es decir, “volverse a Dios”, implica voltear la mirada al rostro de los más pobres, de los más vulnerables, de los descartados por esta sociedad por esta sociedad mercantilista e individualista. Es acercarse a ellos, implicarse con ellos, tomar partido por ellos y comprometerse por su causa.
La conversión debe entenderse también, como un proceso de toda la vida, en donde el Espíritu de Dios impulsa y atrae a la persona a volver siempre al verdadero fundamento de su vida. Es por ello que el discernimiento ignaciano es un método que ayuda, precisamente, a diferenciar lo que es de Dios y lo que no lo es, lo que nos aparta de Dios y lo que nos hace acercarnos a Él.
¿Hay muchos tipos de conversión? Por supuesto que sí.
Una dramática se da cuando Cristo encontró a Pablo, también conocido como Saulo, en el camino a Damasco y lo derribó con su poder. Cuando Saulo preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Cristo lo asombró: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9:5). Saulo creyó en Cristo e invocó su nombre (22:16). La conversión de Timoteo, por el contrario, fue tranquila. Su padre era un griego inconverso, pero eran cristianas su madre, Eunice, y su abuela, Loida (Hch 16:11; 2 Ti 1:5). Timoteo conoció desde la niñez la Palabra de Dios, la cual habla de la aplicación de la salvación mediante la fe en Cristo, en quien había creído (2 Ti 3:14-15). El de cada uno de nosotros depende del Espíritu Santo y su actuar en nuestra vida; pero también depende de nosotros si lo dejamos actuar y trabajar en nuestra alma y si ponemos de nuestra parte para seguir un paso hacia la conversión, sino todos los pasos que Él nos invite a seguirle.
Padre Fernando Manuel Limón