Hay algo que nos puede ayudar a recuperar la amistad, o a sanar rupturas y a crecer en comunión: el ir juntos a servir a otro(s) hermano(s). No importa que se nos dificulte el aceptarnos como hermanos, o el que pensemos distinto, o el que haya divisiones entre nosotros. Si hay alguien a quien servir y queremos hacerlo, ese servicio nos acercará y nos ayudará a dar nuevos pasos de unión mutua. Si en una parroquia se sienten divisiones entre los fieles, o si en un grupo juvenil se va acrecentando la desunión, pongámosle servicios comunes y ello renovará el entusiasmo y la identidad cristiana de cada uno, ello nos unirá como hermanos.
Y cuando, como buenos hermanos, va creciendo la fraternidad entre nosotros, unirme con mi hermano para ir a servir a Jesús en otros hermanos, será un camino de crecimiento y consolidación de nuestra amistad y de nuestra comunión fraterna. Para conseguirlo, asumimos un compromiso de comunión y de servicio. Todo el día y siempre, como luz del mundo y sal de la tierra, nos reconocemos enviados a hacer discípulos para Jesús (Cf. Mt 28, 19). Se trata de unirnos con el hermano para ir a servir, ojalá anunciando el Evangelio, conforme a nuestra misión. La comunión eclesial, la fraternidad, nos lanza a la misión. Asumimos unirnos en esa tarea misionera común.
La misión, entonces, nos une y nos hace mejores cristianos y mejores hermanos. Ello nos mueve a servir en mayor comunión con nuestra Parroquia y con nuestra propia comunidad. Vayamos unidos como discípulos misioneros de Jesús.
Vivimos esta “espiritualidad de comunión” como parte fundamental de nuestra espiritualidad misionera. La espiritualidad comunitaria hace crecer nuestra disponibilidad y apertura a la misión. La misión nos lleva a vivir en comunidad eclesial, en la cual crecemos y desde donde somos enviados y apoyados a nuestra misión.
Para unirnos más con otros hermanos, invitémoslos y vayamos unidos a servir a otros hermanos.