“Jesús le dice: “Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.” (Juan 4,21-23).
Es la liturgia de las horas la práctica maravillosa por excelencia que Dios ha inspirado al hombre, su creatura predilecta para que lo adore y alabe a lo largo de la jornada diaria. Nos invita a que en medio del trabajo hagamos alto en nuestras actividades y dediquemos un tiempo a reconocerlo y alabarlo; y también a que busquemos el descanso que nuestro espíritu va necesitando a medida que va avanzado la jornada de cada día con sus dificultades y fatigas propias.
Queridos hermanos, los invito a no dejar pasar estos espacios de oración diaria que nos fortalece y anima a continuar con el peso de cada día en nuestro qué hacer cotidiano. A veces nos dejamos llevar por las distracciones del mundo y preferimos sacar espacio para revisar nuestros emails, redes sociales y el celular, robando así el espacio a quién tanto nos ama y que sólo puede darnos descanso y discernimiento en cada situación del día. Soy consciente que el tiempo va volando y a veces no nos da tregua ni siquiera para nuestra oración personal, pero debemos hacer un alto en el camino y quizá disciplinarnos un poco más en las actividades diarias eligiendo el método y la manera adecuada de repartir el tiempo en nuestras responsabilidades tanto civiles como eclesiásticas. Recordemos, queridos hermanos, que al ser consagrados el día de nuestra ordenación diaconal, nos comprometimos a meditar esta bella liturgia cada día; recordemos como en nuestros primeros años como consagrados, no dejábamos pasar el día sin esta hermosa práctica y ¡cuánto nos llenaba y fortalecía!
Es este el momento y el lugar cuando lees estas letras, en que debes ponerte de nuevo en la labor de organizar tu día a día teniendo en cuenta en la agenda esta práctica de oraciones, salmos, antífonas, himnos y lecturas bíblicas, en comunidad y si no es posible solo, para rezar con la iglesia e interceder unos por otros ante el Altísimo.
Es esta exhortación queridos hermanos sacerdotes, sobre la cual quería reflexionar en este día y animarlos a continuar practicándola a lo largo de sus vidas, ya sea solo o en comunidad, sabemos que la Iglesia entera está en alabanza a nuestro Señor. Les deseo a todos ustedes unas felices pascuas de Resurrección.
Carlos Alberto