LA PROXIMIDAD DEL SACERDOTE CON EL PUEBLO

En reiteradas ocasiones, el Papa Francisco nos ha exhortado acerca de las proximidades que debemos vivir como ministros ordenados: la proximidad con Dios, con el Obispo, entre presbíteros y con el pueblo. Sea esta la oportunidad para reflexionar y profundizar un poco sobre aquello que implica la cercanía con el pueblo, con la gente, con las comunidades a las que pertenecemos y que tenemos a cargo como pastores del rebaño.

Nos dice el Papa que esta cercanía con el pueblo de Dios no debemos asumirla como una obligación, sino que es una gracia: “El amor al pueblo es una fuerza espiritual que favorece el encuentro en plenitud con Dios” (Evangelii Gaudium, 272). Nuestra misión como sacerdotes no se entiende alejada de la realidad humana, que se encuentra permeada de diversas aristas que no pueden ser ajenas a nosotros. Si entendemos que nuestra vocación es el seguimiento de Jesús, nadie más que Él para comprender que su misión acá en la tierra se forjó en la reciprocidad de su riqueza espiritual y la cercanía y servicio constante hacia los demás.

Esto lo constatamos en los evangelios y en los testimonios de sus discípulos, que dieron a conocer a la persona de Jesús por sus actos de bondad, caridad, servicio, compasión y ternura con los más vulnerables. Entonces el Papa nos hace el llamado constante para no ser “clérigos de Estado” sino pastores al estilo de Jesús. Para lograrlo, es importante mencionar algunas pistas que nos ayuden a cumplir con nuestra misión al servicio del pueblo de Dios y que nos permitan cada día pastorear las comunidades con cercanía y amor.

Lo primero que debemos tener presente, es que el sacerdote debe conocer y reconocer el contexto en el cual está. Cada comunidad a la cual llegamos tiene características distintas, realidades propias e idiosincrasias que están arraigadas en la vida comunitaria. Como sacerdotes no somos ajenos a esa realidad, no llegamos pretendiendo cambiar de facto aquello que está presente en las comunidades y, aunque no sean consecuentes con la vida cristiana, requieren de tiempo para ser modificadas. Por eso, es importante que seamos sabios y nos acerquemos al pueblo con una sensibilidad que nos permita tener empatía y hacernos parte de su vida comunitaria.

Luego, cuando nos vamos haciendo parte de la comunidad, podemos comprender mejor cuáles son sus fortalezas y debilidades, para discernir hacia dónde se debe enfocar nuestro trabajo pastoral. Debemos ser sensibles, esa genuina sensibilidad que caracterizaba a Jesús, para no escatimar esfuerzos y poder ayudar a quienes más lo necesitan. Implica no ser indiferentes ante el sufrimiento, las heridas, los vacíos y las necesidades que tienen las personas, sino compasivos y misericordiosos; también creativos para encontrar modos de ayudar y aportar al crecimiento humano y espiritual de las personas.

Otro aspecto importante está en la manera como nos comunicamos con las personas. Ya lo decía San Ignacio de Loyola: “No el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”. Debemos evaluar constantemente la forma como nos comunicamos con el pueblo de Dios y el contexto en el que lo hacemos. En ocasiones generamos distancia con nuestros discursos elaborados, con las discusiones teológicas y dogmáticas que distan del mensaje que realmente necesitan las personas y que pueden comprender e interiorizar. Casi siempre, las comunidades necesitan que les hablemos con un lenguaje cercano, contextualizado, que haga parte de sus realidades cotidianas. Será importante instruirlos y formarlos en los principios teológicos del cristianismo, pero no puede ser nuestro único medio de interacción con ellos la disertación rimbombante que carece de sentido para quienes la reciben. Seamos próximos en la comunicación, asertivos, prudentes y cuidadosos con las palabras que usamos.

En esta misma línea, no podemos ignorar los signos de nuestro tiempo, es decir, comprender los cambios, las divergencias, las tensiones y las muchas redes que hoy se tejen en torno a una sociedad globalizada. Estas realidades, por perturbadoras y extrañas que nos parezcan, hacen parte de lo que viven hoy las sociedades, entonces ¿nos quedamos añorando el pasado que fue mejor, o esperanzados en un futuro distinto? ¿Y mientras tanto cómo abordamos este presente desde nuestro quehacer sacerdotal? El llamado es para que pongamos todo de nuestra parte, sin necesidad de hacer parte del sistema, y podamos acompañar al pueblo de Dios en estos vertiginosos cambios y realidades que enfrenta, sin estigmatizar, sin juzgar, sin el reclamo constante y el reproche, sino más bien desde escenarios que nos permitan evangelizar “desde” y “en” el contexto. Aprovechemos las redes sociales, los medios de comunicación e información para encontrar nuevas posibilidades de cercanía y evangelización con las personas.

Que nuestra cercanía con el pueblo de Dios se convierta en una motivación constante para reavivar nuestro ministerio sacerdotal, que nos fortalezca y nos sostenga en esta misión a la cual hemos sido llamados, a semejanza de Jesús, ese Jesús que caminó por los pueblos, que sacó tiempo para hablar con las personas, para abrazarlas en su dolor, para escucharlas en sus sufrimientos diarios.

PADRE JOHN FREDY CÓRDOBA BEDOYA

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