“En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5,14).
Las reuniones con grupos proveen el alimento espiritual sólido que necesitamos para fortalecer nuestra mente y nuestro corazón. Por eso, no debemos minimizar el mandamiento bíblico de “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar nuestro propio grupo como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: Tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el día” (Hebreos 10, 23-25).
Queridos hermanos, aunque asistamos con regularidad a todas las otras reuniones de comunidad y participemos en ellas, a la vez que disfrutamos y obtenemos provecho de las mismas, nunca subestimemos el valor de la reunión de grupo periódica, tanto con hermanos sacerdotes como con laicos.
El mismo hecho de que ésta sea una reunión arreglada para un grupo más pequeño es lo que contribuye a su valor espiritual. Los comentarios sobre información más profunda que hacen personas maduras en la fe, fortalecen y fortifican a todos los presentes.
Por lo tanto queridos sacerdotes, los exhorto a nutrir su espíritu de manera periódica en estas maravillosas reuniones de grupos; en las que en algunas ocasiones pueden ser netamente espirituales y en otras es más un compartir fraterno.
Las reuniones con grupos son:
Un medio para:
- Satisfacer las necesidades de comunicación e interacción de todo grupo (resolver temas y situaciones de interés común).
- Fortalecer los vínculos del grupo Y formular objetivos comunes.
- Crecer como comunidad de apóstoles.
- Formarse y formarnos.
- Compartir la Palabra de Dios y la oración.
- Proyectarnos hacia la misión que nos reúne y que tenemos como cristianos.
Dinámicas:
Cuando a través de la metodología y los recursos empleados:
- Se consigue un verdadero diálogo (Participación igualitaria de todos).
- Permite el crecimiento del grupo (Cuando todos participan, el grupo crece).
- Es productiva (recorremos un camino y un tiempo juntos, y juntos encontramos las soluciones o llegamos al fin por el cual nos reunimos).
Una vez tratado el ¿por qué? y el ¿para qué? nos reunimos; será muy importante que el rol de los participantes esté bien definido ya que esto ayuda a fomentar y a ordenar el aporte y la participación de todos los presentes evitando que la reunión se convierta en una tertulia, se divague y se vaya por las ramas dando ocasión a discusiones inútiles, que la palabra sea monopolio de algunos y que por falta de orden se cree un ambiente de confusión y no se llegue al objetivo deseado. Por eso es importante designar a los participantes algunos roles y denominaciones como:
- El planificador o productor.
- El conductor o facilitador.
- Secretario o relator.
- Los participantes o miembros.
En las reuniones a veces pueden presentar “vicios” que se suelen repetir más seguido de lo que uno cree y pueden provocar desgano en los participantes y lamentablemente nos acostumbramos a convivir con ellos casi sin darnos cuenta. Algunos de estos “vicios” pueden ser:
- La mala costumbre de improvisar.
- La gente llega tarde y se quiere ir temprano.
- Las reuniones son demasiado largas.
- Discutimos y nos vamos por las ramas.
- La gente no participa y se distrae.
- Los que desaparecen.
- Nunca llegamos a nada.
Debido a estas situaciones que se presentan, se puede llegar a la conclusión de elaborar un esquema de trabajo, que podría ayudar a hacer de las reuniones con grupos, espacios agradables con metas definidas el cual podría incluir:
- Definir el objetivo de la reunión.
- Elaborar un plan de trabajo.
- Convocatoria de los participantes.
- Preparación del ambiente.
- Preparación de los materiales y recursos.
- Distribución de roles.
- Evaluación.
Poner nuestro trabajo en manos del Señor, pidiéndole la luz, la fuerza y la constancia necesarias para poder seguir brindando a nuestros hermanos, a través del trabajo cotidiano un ámbito propicio en donde la fe pueda ser despertada y alimentada. Que valoremos siempre esta verdadera gracia que nos regala el Padre Celestial, de colaborar con ÉL en la construcción de su Reino de amor y paz. Y que cada vez que debamos encarar una nueva tarea, podamos como dice le salmista ser: “Como árbol plantado junto al rio, que da fruto a su tiempo y tiene su follaje siempre verde. Todo lo que hace él, le resulta” (Salmo1,3).
P. Carlos Alberto Castaño