“Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.” Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? El dijo: “El que practicó la misericordia con él” Le dijo Jesús: “Vete y haz tú lo mismo” (Lucas 10,33-37).
Queridos hermanos, ya nos acercamos al final de esta cuaresma 2.024; estoy seguro que muchos de nosotros tanto laicos como consagrados hemos realizado con amor las prácticas de la oración, el ayuno y la misericordia; las cuales nos mantienen en la fe, nos conservan firmes en la devoción y nos perseveran en la virtud.
La construcción de la comunión fraterna es reconocer y apreciar al prójimo que desde el bautismo es inmerso en la iglesia de Nuestro Señor Jesucristo y se hace hermano para mí, por lo tanto lo debo conocer, amar, respetar, apoyar, levantar, justificar, perdonar y servir quizá mejor de lo que espero que me conozcan, amen, respeten, apoyen, levanten, justifiquen y me sirvan a mí.
Le pertenezco a mi hermano y esa pertenencia me invita a asumir desde mi realidad, su realidad; es decir sus penas, angustias, sufrimientos, necesidades tanto espirituales como materiales en la medida de lo posible; así como yo espero que el asuma las mías. Pero también le pertenezco y me pertenecen sus logros, victorias, alegrías, metas alcanzadas; en fin debo aprender a sufrir y a ser feliz con él ya que pertenecemos al mismo Padre, tenemos las mismas metas, las mismas prácticas religiosas, la misma vida sacramental y anhelamos la salvación en Cristo Jesús.
Pero también le pertenezco y me pertenece aquél hermano alejado de Dios o que aún no lo ha conocido, aun cuando no esté bautizado ni pertenezca a la iglesia, porque el sólo hecho de que esté en este mundo, me debe llevar a pensar que es un ser humano pensado por Dios desde la eternidad y como hijo suyo es mi deber ayudarlo y guiarlo en su vida espiritual, ya sea porque esté flojo en su fe o porque quizá no conoce a Dios.
Sentirnos responsables del prójimo es un mandato que Nuestro Señor Jesucristo nos dejó plasmado en la bella parábola del buen samaritano, texto con el que el Espíritu Santo me iluminó iniciar esta reflexión y que no es más que la verdadera práctica de la misericordia sin importar el origen, el credo, la raza, ni la religión, sino simplemente ayudar al prójimo porque me pertenece y le pertenezco, sin indagar nada más, sólo ser MISERICORDIOSOS.
Padre Carlos Alberto Castaño Arango