Desde el bautismo todos recibimos el común llamado a la santidad. Toda nuestra vida es una continua respuesta a ese llamado, pues la santidad significa para nosotros el desarrollo necesario de la vida divina que se nos transmitió en el sacramento de la regeneración. Ahora, debemos valernos de diferentes medios para avanzar en el camino de la santidad. Como presbíteros, una de nuestras inquietudes cotidianas es cómo ayudar a nuestro fieles a responder con plenitud al llamado de Jesús “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Entendemos que la perfección no se trata de no equivocarnos o no cometer errores, sino de ir creciendo en el sentido de vivir en plenitud nuestra identidad como hijos amados de Dios. Cuando alguien empieza a experimentar ese deseo profundo de crecer en vida de perfección, es allí cuando cobra toda su importancia el recurso de la dirección espiritual. Empezamos a percibir que, sin ayuda, sin guía, sin diálogo, sin un referente, no solo es pesado avanzar sino que se corre el riesgo de equivocar el camino. Por tanto, quien en verdad desea responder al llamado del Señor, también siente la necesidad de ser acompañado en el camino.
Es importante entender desde el principio que la dirección espiritual tiene como objeto inmediato “el progreso de la vida interior”, por lo que hay que estar examinando permanentemente la vitalidad de las prácticas religiosas, el real primado de la gracia en la vida cotidiana y el gusto y esfuerzo permanente por la adquisición de las virtudes. Consecuentemente se deben estar examinando todas las manifestaciones que ofrece la vida temporal para llevar a cabo un conveniente discernimiento en cuanto si dichas manifestaciones favorecen u obstaculizan el camino de perfección.
Cómo sacerdotes, directores de almas, nos podemos preguntar qué temas conviene tratar en la dirección espiritual para que esta sea beneficiosa y cumpla su objetivo. Los temas pueden ser innumerables, sin embargo, conviene destacar algunos fundamentales: catequesis individualizada, formar el pensamiento y la conciencia, orientar lecturas, resolver dudas, introducir en la liturgia, ayudar a vivir la eucaristía, la penitencia, los tiempos litúrgicos, enseñar a amar a Dios (orar, vivir en su presencia, cumplir en todo su voluntad), enseñara a amar la prójimo (en trabajo, perdón, servicialidad, amistad, apostolado, limosna, educación), localizar los malos apegos (de pensamiento, de sentido, de memoria, de voluntad) y orientar bien la lucha ascética que ha de vencerlos con la oración y el ejercicio de todas las virtudes; ayudar al discernimiento de la vocación personal y de otras cuestiones importantes a veces dudosas.
Tanto al buscar como al ofrecer la dirección espiritual tengamos en cuenta que se trata de estimular con fuerza hacia la santidad perfecta, superando crisis, desalientos y cansancios.
¡Hagámoslo!
José Humberto