Apreciados hermanos, me alegra estar de nuevo con ustedes iniciando otro año de la mano de nuestro Señor Jesucristo y nuestra Madre Santísima la Virgen María; agradeciendo al todo poderoso la oportunidad de caminar juntos en esta nueva etapa de nuestro apreciado boletín que nos une a través de estas líneas. Deseo hayan descansado y compartido con sus familias, y nuevamente renovados sigamos formándonos y aprendiendo cada día más por medio de estas reflexiones que tanto nos ayudan en nuestra vida cotidiana tanto a sacerdotes como laicos que leen esta columna.
Hoy reflexionamos sobre la gran misión que nos dejó nuestro Señor Jesucristo y que tanto nos recuerda el papa Francisco y es ir “más allá de nuestras fronteras”, no sólo en la evangelización sino en la manera como nos desempeñamos en el servicio sea cual sea nuestro estado de vida.
En la Iglesia reconocemos que todos los cristianos fuimos enviados a todas las gentes, a hacer discípulos (para Jesús) (Cf. Mt 28, 19 – 20) Y, especialmente para los pastores, Jesús enseñó cómo se da la propia vida por todas las ovejas y cómo ir a buscar la oveja perdida, o las ovejas que todavía no están en su rebaño (Cf. Jn 10, 11 – 16).
Por eso es que «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación “hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles» (PO, 10; RMI, 67; DMVP, 14). Por ello, «todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad de misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más lejanos y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio Eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera” (RMis, 67; Cf. PDV, 32). Esta dimensión misionera universal es, entonces, parte de nuestra vida y ministerio pastoral (Cf. DMVP2, 18).
Como presbíteros y laicos reconozcamos que nuestra misión es universal y dispongámonos de manera personal a cooperar en la evangelización de toda la iglesia; salgamos de la comodidad de nuestras casas y vayamos a las periferias donde no se anuncia el evangelio, para que todos los hermanos que aún no conocen a nuestro Señor Jesucristo, tengan la oportunidad de acercarse a Él por medio de nuestro testimonio de vida; ya que es una realidad queridos hermanos que “el ejemplo vale más que mil palabras”, es importante evangelizar y compartir el mensaje de Jesucristo por medio de una formación continuada y organizada, pero el mundo está sediento de personas que proyecten a Jesucristo con su estilo de vida. También debemos acercarnos a las periferias del alma de nuestro prójimo, el más próximo que tenemos a nuestro lado y por eso debemos comenzar por proyectar a Jesucristo en nuestro hogares, parroquia, trabajo y demás ambientes en los que nos envolvamos en nuestro diario vivir; quizá está más necesitado de Dios nuestro hermano de sangre que un hermano que esté apartado de la ciudad y no tenga acceso a las actividades de formación que se pueden recibir en una parroquia o en un movimiento laical de la iglesia.
Que la paz de Dios inunde sus corazones y el Espíritu Santo cada día avive en ustedes el actuar misionero; ánimo y no desfallezcamos ante las dificultades; más bien que los tropiezos sean el impulso para no dejar de predicar la Palabra de Dos a tiempo y a destiempo y con nuestro testimonio de vida.
Padre Carlos Alberto Castaño Arango