ORAR CON TODA LA IGLESIA

La liturgia de las horas, para nosotros como sacerdotes es uno de nuestros oficios cotidianos. Con la Palabra divina, a través de los salmos, unimos nuestra voz a la de Cristo y a la de toda la Iglesia, para alabar al Padre con las mismas palabras que el mismo nos regaló, para que nos dirigiéramos a Él. A la vez, tomamos la vocería de toda la creación, para dar gracias y alabar al que es tres veces santo. Para que, por nuestra voz, todas las creaturas alaben a Dios. Desde el seminario se nos enseña a través de esta oración milenaria a darle un ritmo teológico a la propia existencia, a recordar en diferentes momentos del día que nos debemos a Dios y que todo lo realizamos para alabanza de su gloria.

En la liturgia de las horas, cada día ejercemos nuestro oficio de intercesión por el santo pueblo de Dios, nos ponemos ante Dios por todos y, los salmos, nos van insinuando los sentimientos que debemos poner ante el Señor, que son los sentimientos de su pueblo. El rezo meditado de los salmos es un excelente ejercicio para crecer en las tres virtudes teologales, pues al ritmo de sus estrofas, cada salmo va suscitando en nosotros unas veces la fe, pues nos invita a creer en Dios, a poner en Él toda nuestra confianza; otras veces alienta nuestra esperanza, enseñándonos a esperarlo y recibirlo todo de la providencia divina sin quejarnos de nada; siempre enciende nuestra caridad, descubriéndonos el gran amor que Dios nos tiene e impulsándonos a darnos a los demás. Que importante es, entonces, conservar en la recitación de los salmos un espíritu concentrado, contemplativo y reflexivo. Acompañado de una recitación rítmica y pausada, para que no solo brille la hermosura poética que agrade a la adorable majestad divina, sino que alimente el alma.

Los presbíteros debemos cuidarnos que el activismo u otras realidades no se conviertan en una escusa para faltar a este sagrado deber, a esta escuela de virtudes, a este manantial del Espíritu, a esta obra de caridad.

La liturgia de las horas forma parte de nuestra identidad de consagrados, pues en el rezo del oficio divino manifestamos que somos los hombres de la oración, a la vez que el rezo bien hecho nos une más a Dios y nos permite manifestar con mayor claridad sus cualidades y perfecciones.

La liturgia de las horas se nos presenta como un modo privilegiado de crecer en nuestra condición de discípulos de Jesús, pues en ella le imitamos en su oración diaria al Padre. Es oportunidad para unirnos a los hermanos y rezar en comunidad, uniendo nuestras voces, nuestros corazones y nuestras intenciones, pregustando ya desde esta vida lo que será la alabanza eterna y festiva que los bienaventurados, junto con los coros de los ángeles tributaremos a la Trinidad inmortal.

Es de desear que como maestros de oración animemos en nuestras comunidades el rezo de la liturgia de las horas, alimentando la espiritualidad de nuestros fieles y haciéndolos vivir su sacerdocio común de la manera más intensamente posible. ¡Hagámoslo!

Padre José Humberto

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