En este mes de las misiones nos conviene reflexionar sobre el presbítero discípulo misionero. La Conferencia de Aparecida nos propuso un camino para llegar a ser esos discípulos misioneros que la Iglesia de América Latina y el caribe necesita. Los elementos propuestos por los Obispos que participaron en aquella Conferencia muestran lo que se desea que el presbítero sea, viva y haga. ¿Cómo llegar a ser un presbítero discípulo? A través de una experiencia profunda de Dios, vivida de manera creciente y permanente; configurándonos con el corazón del Buen Pastor; siendo dóciles a las mociones del Espíritu Santo; nutriéndonos de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración (cf. DA 199). El presbítero discípulo misionero debe considerarse a sí mismo como un don para la comunidad, por la Unción del Espíritu y por su especial Unión con Cristo Cabeza y Pastor (cf. DA 193). Llamado a ser hombre de oración, maduro en su elección de vida por Dios, que busca sin cesar los medios de perseverancia: el sacramento de la confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación, la entrega apasionada a su misión pastoral (Cf. DA 195). Un hombre que valora como un don de Dios el celibato, que le posibilita una especial configuración con el estilo propio de Cristo y lo hace signo de su caridad pastoral en la entrega a Dios y a los hombres con corazón pleno e indiviso (DA 196). Movido por esta misma caridad pastoral, que lo lleve a cuidar del rebaño a él confiado y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, con los presbíteros, los diáconos, religiosos, religiosas y laicos (cf. DA 199). Debe ser un auténtico servidor de la vida, que está atento a las necesidades de los más pobres, comprometido en la defensa de los derechos de los más débiles y promotor de la cultura de la solidaridad, lleno de misericordia, disponible también para administrar el sacramento de la reconciliación (cf. DA 199). Que es consciente de sus limitaciones, valora la pastoral orgánica y se inserta con gusto en el presbiterio de la diócesis; es cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades; con una mayor apertura de voluntad para entender y acoger el “ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia; con nuevas actitudes pastorales para acompañar el aprendizaje gradual en el conocimiento, amor, seguimiento de Jesucristo mediante la iniciación cristiana (cf. DA 213. 291).
Que estas líneas de Aparecida nos sigan marcando la pauta a seguir en nuestro proceso personal de formación como presbíteros discípulos-misioneros de Jesucristo, Así se nos invita en el n.201 “sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque solo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. ¡Hagámoslo!