“Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: “¿Qué buscáis?” Ellos le respondieron: “Rabbí (que quiere decir, “Maestro”); ¿dónde vives?”. Les respondió: “Venid y lo veréis” Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.” (Juan 1, 36 – 39).
Hermanos, son los retiros espirituales anuales, días de una profunda experiencia de Dios, de encuentro con su Palabra, que nace en el silencio de la oración, la soledad que fecunda el corazón, la purificación que libera, el consuelo que fortalece y sostiene, para seguir anunciando el Evangelio de Jesús.
Son por lo general, una semana al año que dispone cada diócesis para nutrirnos y retroalimentarnos a todos los presbíteros que prestamos nuestros servicios en ella. Nuestros obispos, nos proporcionan este espacio de encuentro personal con Jesucristo vivo y resucitado. Sabemos muchos por experiencia que en ocasiones asistimos porque es un mandato y exigencia de nuestro pastor, más no porque lo deseemos o nos sintamos atraídos por vivirlo; aun así el buen Dios siempre nos sorprende y realiza cosas extraordinarias en la vida de cada uno de los que participamos en ellos.
El texto que cito al inicio de esta columna, habla del encuentro de Jesús con dos personas concretas: Andrés y, probablemente, el mismo Juan evangelista. Eran discípulos del Bautista, pero, después de estar con Jesús esa tarde, el impacto del encuentro de aquel día fue imborrable. Ese encuentro colmará las esperanzas de los dos que conocieron por primera vez a Jesús; y llenará de luz y de fuerza su vida en camino. Acontece aquí con estos discípulos lo que el Papa Benedicto XVI expresaba en aquella hermosa carta “Dios es amor”: únicamente se hace uno cristiano cuando se da ese encuentro con la persona viva de Cristo; no hay otra forma de llegar a ser discípulo: Jesús nos responde cuando preguntamos y, al mismo tiempo, nos pregunta, como ocurrió con Juan y Andrés. Y comienza un itinerario, que sigue y tiende a llegar a su culmen, hasta el final. Pero aquí es preciso que nosotros nos preguntemos si buscamos, si respondemos a las preguntas de Jesús: “¿Qué buscáis?”.
Al llegar a estos retiros muchos de nosotros en varias ocasiones ni sabemos que buscamos, a pesar de ser consagrados a veces nos dejamos envolver por las actividades cotidiana de nuestro diario qué hacer, nos metemos en un ritmo de trabajo acelerado, esclavizante y tan desgastante, que cuando hacemos este PARE anual, ni sabemos que buscamos o a quien buscamos. Sé que este pasaje bíblico por lo general se adjudica a jóvenes que están haciendo su discernimiento vocacional; pero considero en mi experiencia personal y en la de muchos otros hermanos presbíteros que debemos confrontarnos a nosotros mismos y hacer resonar esa pregunta que me hace Jesús a mí como consagrado, a mí que llevo quizá 5,10,15,20 o más años de ordenación sacerdotal, ¿qué buscamos?, ¿queremos de verdad pasar una semana al año con el maestro?…
Los discípulos de Juan ya habían escuchado la verdad y esperaban al Mesías; una vez Juan se los señala, ellos lo buscan y quieren pasar el día con ÉL. Qué hermosos y gratificantes para el alma son los retiros espirituales anuales, cuánta exhortación encontramos en cada enseñanza, en cada reflexión; cómo nos enriquecemos en el encuentro con el hermano sacerdote que quizá hace tiempo no vemos y que allí podemos compartir la experiencia de la fraternidad y el compartir con los demás. Cuánta sabiduría adquirimos al escuchar al predicador que nos dirige los retiros al recibir con corazón disponible toda su enseñanza y sus vivencias propias. Estos retiros también nos proporcionan la gracia de compartir un poco más de cerca con nuestro obispo, quizá de conocerlo y sentirlo más cercano y fraterno. Y lo más importante y que satura el alma de paz y alegría, son esos momentos a solas que tenemos para rendir nuestra vida ante Jesús Sacramentado, donde nos dejamos llenar de su amor y que nuestras almas como vasos vacíos llegan a la fuente de vida que nuevamente la llena y nutre para seguir batallando un año más por el Reino.
Cómo llenan de vigor y fuerzas el alma y el cuerpo estos benditos retiros, nos alimentan y nos llenan de Espíritu Santo para llegar nuevos a nuestras comunidades para transmitir con amor y entrega el mensaje de nuestro Señor Jesucristo a nuestras familias de sangre, a nuestra familia de comunidad y a nuestros hermanos en la fe. Por eso querido hermano sacerdote, te invito a que cada año dispongas tu corazón para vivir este retiro espiritual con el corazón vacío de todo lo que no deja que el Espíritu Santo fluya en tu vida y dispuesto a aprender de la experiencia de cada hermano sacerdote que está allí y de quien dirige el retiro. Siempre Dios nos habla y exhorta a lo largo de cada día y por medio de cada ser humano con quien tenemos relación.
Carlos Alberto