El gran reto de nuestros tiempos para la Iglesia, en todos sus niveles: universal, diocesano, parroquial y familiar es construir creativamente vínculos estables de comunión y de pequeñas comunidades, como ambientes propicios para vivir y ejercer la evangelización, tarea de todos los bautizados y de modo particular los sacerdotes y religiosos.
La fuente y el referente de comunión es la Santísima Trinidad, que en su significado más profundo es misterio, comunión y misión. En otras palabras, es un misterio de comunión para la misión. (Cfr. Pastores Dabo Vobis 12).
“De esta fundamental unión – comunión con Cristo y con la Trinidad deriva, para el presbítero, su comunión con la Iglesia en sus aspectos de misterio y de comunidad eclesial. Concretamente, la comunión eclesial del presbítero se realiza de diversos modos. Con la ordenación sacramental, en efecto, el presbítero entabla vínculos especiales con el Papa, con el Cuerpo Episcopal, con el propio Obispo, con los demás presbíteros y con todos los fieles laicos. (Nuevo Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros N° 30) De allí que la comunión ha de ser jerárquica, o no es comunión.
También la Iglesia es misterio y, en ella, está llamado el sacerdote a conservar y desarrollar en la fe, la conciencia de la verdad entera y sorprendente de su propio ser, pues él es ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1. Cor. 4,1).
El sacerdote debe crecer en la conciencia profunda de la comunión que lo vincula al Pueblo de Dios; él no está solo al “frente” de la Iglesia, sino ante todo “en” la Iglesia. Es hermano entre los hermanos. Es miembro del Cuerpo de Cristo (Ef. 4,16). “hace falta hacerse hermano de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Mas todavía el servicio.” (Pablo VI, Carta Encíclica Eclesiam Suam, 647).
La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias Particulares, estas en las parroquias y estas últimas, a su vez, en las familias -iglesias domésticas-. Dichas Iglesias particulares están esencialmente relacionadas, pero a la vez con diferencias que las identifican: herencia cultural, visión del mundo, porción concreta de hombres y mujeres, lengua, símbolos etc.
“En el pensamiento del Señor, es la Iglesia universal, por vocación y por misión, la que echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos y expresiones externas diversas. Por lo mismo, una Iglesia Particular que se desgarra voluntariamente de la Iglesia universal perdería su referencia al designio de Dios y se empobrecería en su dimensión eclesial. Pero, por otra parte, la Iglesia “difundida por todo el orbe” se convertiría en una abstracción, si no tomase cuerpo y vida precisamente a través de las Iglesias Particulares. Solo una atención permanente a los dos polos de la Iglesia nos permitiría percibir la riqueza de esta relación entre Iglesia universal e Iglesia Particular “(Exhortación Apostólica, de su S. S. Pablo VI, No 62).
Una forma encomiable de ser signos e instrumentos de servicio evangelizador y constructores de comunión eclesial es la disponibilidad y celo misionero para ser enviado al programa de Iglesias Hermanas y Ad Gentes. Se requiere tener un corazón en el que quepa sin estrecheces el mundo entero. Esto implica vivir en libertad responsable y gozo indecible la obediencia, la castidad y la pobreza, es decir, no tener amarres de ninguna índole. Además, caracterizarse por la madurez humana y sacerdotal para convivir y trabajar en equipo sin conflictos ni preferencias, para dar testimonio y ser referente para las familias de que sí es posible amarnos como Cristo nos ama.
Igualmente debemos dar ejemplo de comunión, estando convencidos que evangelizamos más por lo que somos que por lo que hacemos.
José David