Conversemos sobre algo que es parte de nuestro ministerio litúrgico. En la liturgia, vamos pasando de un tiempo a otro, de una fiesta a otra y pasa, así, el año entero, para comenzar de nuevo el ciclo. Todo ello forma parte del Año Litúrgico.

La constitución Sacrosanctum Concilium enseña que el Año Litúrgico es la celebración del misterio de Cristo y de la obra de la salvación en el espacio de un año (Cf. Sacrosanctum Concilium, 102). Es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual (Catecismo de la Iglesia católica, 1171). A partir del triduo pascual, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor (Ibid, 1168). Es el despliegue del misterio pascual en los 365 días del año, en el cual Jesucristo salvador es el eje, el centro, el sentido y la meta de lo que se actualiza en la liturgia durante el año. El domingo, es la celebración semanal de esa Pascua. Después de las fiestas de Pascua, aunque pareciera que siguiera un tiempo vacío, el tiempo ordinario es prolongación, actualización plena, de la Pascua del Señor. En este círculo anual la Iglesia, además, venera a la Virgen María, los mártires y los demás santos, proclamando el misterio pascual cumplido en ellos.

El año litúrgico, “Conmemorando así los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (Sacrosanctum Concilium, 102).

Así, durante el año, vamos recordando, celebrando y actualizando los misterios de la redención. Eso hace que este año litúrgico sea una escuela cíclica que renueva la fe en torno a la Pascua, motiva y acompaña la conversión y anima la evangelización integral. En esta escuela vamos aprendiendo y creciendo en conversión, comunión y vida nueva. En ese sentido es un discipulado.

Este año litúrgico es una escuela para aprender y para crecer en nuestra vida y ministerio sacerdotales. Para que ello sea una realidad, necesitamos comprender bien lo que celebramos, prepararnos y preparar las celebraciones, celebrar bien, vivir bien y ayudar a vivir continuamente la Pascua durante todo el año. Vivámoslo a plenitud. Compartamos con otros hermanos sacerdotes esta reflexión y concretemos con ellos la forma de vivir mejor el año litúrgico.

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