BEATO CRISTÓBAL DE SANTA CATALINA.

Nació en el seno de una familia cristiana de labradores en Mérida (España) el 25 de Julio de 1638 y murió el 24 de julio de 1690 en la misión heroica hospitalaria y pastoral de los enfermos del cólera, epidemia que diezmaba la ciudad de Córdoba (España).

Educado en la Fe, la esperanza y la caridad Cristiana, creció en los valores del Evangelio y desarrolló su personalidad en las actitudes propias de los servidores de Dios y del prójimo necesitado.

De mente inteligente, siempre superior a su edad cronológica y de carácter alegre, bondadoso, paciente, dócil, fraterno, siempre con las manos abiertas, disponible para servir. Vive su infancia y su juventud motivado y misionado por Jesús Nazareno para poner su fuerza joven al servicio voluntario de las necesidades ajenas, tanto familiares como sociales, según los reclamos de la sociedad emeritense, que en aquel tiempo sufría las consecuencias de la guerra hispano- portuguesa de 1640-1668, que ocasionaría la Independencia de Portugal.

Voluntario para servir al Señor en el altar como monaguillo y sacristán. Misionero voluntario en el único hospital emeritense que quedaba y que sufría la carencia de fuerza joven para atender a enfermos y heridos generados por la guerra, a quienes él veía como imágenes de Cristo doliente.
Misionero, cuando habiendo alcanzado entre muchas dificultades de tiempo y recursos, el estado sacerdotal, es enviado como ayudante de sacerdote castrense a los campos de batalla, para atender las necesidades espirituales y sanitarias de los sufridos soldados. Su primer biógrafo lo describe como un ángel solícito por todos, en medio de los horrores de la guerra, siendo el consuelo universal de aquel tercio español. Pues se arriesgaba por amor, hasta la misma línea de fuego.
Sacado con vida por la Divina Providencia, de grandes peligros, emboscadas y enfermedad gravísima que contrajo en la misión castrense, siente la nueva llamada del Señor y después de dura lucha deja su casa, su familia y su querida tierra y marcha al desierto cordobés donde Dios le llama.

Al desierto llega, enviado por el Señor para hacerle santo, varón perfecto capaz de renovar la vida eremítica de aquellos monjes, que por entonces estaba en decadencia. Con su ejemplo convirtió el eremitorio en morada de hombres de Dios.

El P. Cristóbal, optó por los pobres, Se enraizó en su mundo, se hizo solidario amigo, abogado, defensor; compañero de camino siguiendo al Nazareno y activando su presencia viva entre ellos; Cercano, Padre, hermano, fiel a la misión encomendada por el Señor puso su persona al servicio de los más pobres y Dios bendijo su entrega gratuita y generosa hasta hoy. Dándole recursos abundantes y Hermanos y hermanas para continuar su obra.

En 1690, el cólera infecta la ciudad. El P. Cristóbal cuida a los afectados por la epidemia dentro y fuera del hospital Jesús Nazareno, y queda también contagiado.

Pronto, abrazado a un Crucifijo, queda descansando en la paz del Señor el 24 de julio de 1690.

Beatificado en 2010 por SS. Francisco.

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