FIGURA SACERDOTAL: BEATO PERE TARRÉS.

BEATO PERE TARRÉS

Nació el 30 de mayo de 1905 en Manresa, Barcelona, España.  Su padre, mecánico de profesión, se trasladaba frecuentemente a Badalona. Y allí estudió con los escolapios. Luego en Manresa se formó con los jesuitas. Simpático, abierto e inclinado a la reflexión, era un muchacho encantador que ayudaba al farmacéutico Josep Balaguer, quien lo animó a proseguir estudios. Cursó el bachillerato con beca, y comenzó la carrera de medicina en la universidad de Barcelona. En esa época, año 1922, frecuentaba el Oratorio de San Felipe Neri que se hallaba en el conocido barrio de Gracia donde vivía. Le dirigió el padre Jaume Serra hasta que estalló la Guerra Civil en 1936. Se había integrado en la Federación de Jóvenes Cristianos, cultivaba la oración, el estudio y realizaba una intensa labor apostólica, encarnada en su devoción a la Eucaristía y a la Virgen. De aquella época debió quedarle claro, como dijo, que «la actividad humana, sea cual sea, tiene que descansar sobre dos fundamentos básicos: la constancia y la perfección o mejora progresiva de aquellos actos o disciplinas que el hombre se impone». Fueron años en los que tuvo experiencia directa del dolor, con la pérdida de su padre en 1925, seguido del grave accidente que sufrió su madre, a consecuencia del cual quedó inválida. En 1927 en Monistrol de Calders, donde trabajó temporalmente, consagró su castidad a Dios. Al año siguiente se licenció en medicina con premio extraordinario. Además, tuvo la alegría de asistir a la consagración de sus hermanas en la Orden de las Concepcionistas.

Su labor como médico era realmente excepcional, cuajada de sus hondos valores cristianos. Decía: «nuestra actuación de puertas afuera tiene que ir precedida de una buena preparación de puertas adentro». Junto a su colega, el Dr. Manresa, abrió en Barcelona el Sanatorio de la «Mare de Déu de la Mercè». Veía a Cristo en cada enfermo; insuflaba a todos la confianza en Él, transmitiéndoles su alegría y esperanza con un trato piadoso, caritativo y respetuoso, que hacía extensivo también a sus familias: «para el médico, el lecho del enfermo es un altar, y el enfermo es la imagen de Jesucristo». Su entusiasmo era palpable en los corredores del hospital. Estaba convencido de que «el entusiasmo es vida, es amor, es audacia, es talento, es, en una palabra, potencia creadora. Es toda el alma la que se manifiesta abrasada de ideal bajo el dominio de la razón». 

El inicio de la Guerra Civil le sorprendió en Montserrat, donde se hallaba realizando los ejercicios espirituales. El monasterio se mantuvo intacto gracias a sus gestiones, de lo contrario habría sido bombardeado. Más tarde, desde su refugio en Barcelona llevaba a escondidas la comunión a los perseguidos por su fe e ideales contrarios a los sustentados por los milicianos que tenían en sus manos el poder. Él mismo logró zafarse del asedio y persecución a la que fue sometido su domicilio.

En 1938 fue movilizado como sanitario en el bando republicano y sus servicios fueron tan excepcionales que los mismos soldados reclamaron su ascenso a capitán. Mientras, se preparó para ser ordenado sacerdote. 

Finalizada la guerra, ingresó en el seminario de Barcelona. Fue ordenado en 1942 y asumió diversas misiones en la diócesis de Sesrovires. Después, cursó estudios teológicos en Salamanca, y al regresar a Barcelona siguió desempeñando una intensa labor apostólica en Sarrià. Dirigió el centro femenino de Acción Católica, estuvo al frente de obras diocesanas y benéficas, fundó la obra benéfico-asistencial de atención a los tuberculosos, etc. Las dificultades le perseguían y las afrontaba con caridad, fortaleza y prudencia. Era un líder, con autoridad moral, coherente, que se implicaba abiertamente en el ideal que profesaba: «Si las palabras no van seguidas de las obras, es como el sonido de las campanas que el viento se lleva.

En mayo de 1950 le diagnosticaron un linfosarcoma linfoblástico.  Ofreciendo sus sufrimientos por la conversión de los sacerdotes, murió el 31 de agosto de ese año en la clínica fundada por él. Juan Pablo II lo beatificó el 5 de septiembre de 2004.

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