Cuando la mamá de Camilo estaba embarazada, soñó que su hijo encabezaba a un grupo en el que todos llevaban una cruz roja en el pecho. Camilo nació cuando su madre tenía cerca de 60 años y este hecho fue considerado como un milagro. Su padre era un mercenario militar al servicio de España y de Venecia. Se llevó a Camilo a las batallas cuando este tenía 18 años. En ese entorno, el joven se sintió atraído por las riquezas y los placeres. Tras su conversión, dirigido espiritualmente por San Felipe Neri, estudió teología y fue ordenad sacerdote el 26 de mayo de 1584 en la Basílica de San Juan de Letrán. Se dice que, con el acompañamiento de San Felipe Neri, Camilo trató de suavizar su carácter rudo. Con los franciscanos capuchinos aprendió la humildad y el amor al sacrificio; y con los jesuitas comprendió la fuerte exigencia de la vida espiritual.

Aparte de que rezaba el Rosario diariamente, animaba a que otros lo hicieran. Celebraba Misa todos los días, algo que no era usual en ese tiempo, y tenía una gran devoción por la Eucaristía.

San Camilo trataba a cada enfermo como trataría a Nuestro Señor Jesucristo en persona. Aunque tuvo que soportar durante 36 años la llaga de su pie, nadie lo veía triste o malhumorado. Con sus mejores colaboradores fundó la congregación de los Hermanos Ministros de los Enfermos y Mártires de la Caridad y los envió a los campos de batalla. Así pues, 250 años antes del nacimiento de la Cruz Roja Internacional, la “cruz roja” de los hábitos de los hijos de San Camilo brilló en los campos de batalla como signo de fraternidad.

Camilo profetizó que moriría en Roma en la fiesta de San Buenaventura, el 14 de julio según el antiguo calendario litúrgico, y así sucedió en 1614. Su cuerpo fue embalsamado y su corazón fue colocado en un relicario. Beatificado en 1742 y Canonizado el 29 de junio de 1746 por el Papa Benedicto XIV.

Tomado de ACIPRENSA

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