Nacido entre los años 1564 y 1566, catequista jesuita de una rica familia de Kyoto. Quería ser sacerdote, pero su ordenación fue postergada, porque la única diócesis todavía no tenía obispo. Además, en 1587 el emperador Toyotomi Hideyoshi, que se propuso la conquista de Corea, cambió su actitud benévola para con los cristianos y publicó un decreto de expulsión de los misioneros extranjeros… Hombre sereno, dueño de sí, que sabía medir el alcance de cada detalle. Su instinto de predicador le hizo descubrir en esa sentencia la ocasión para una última profesión de fe, para proclamar libremente cuanto creía y amaba”.  Los 26 misioneros en los que se encontraba Pablo Miki, fueron llevados de Meaco a Nagasaki, para exponerlos a la burla de las muchedumbres, que más bien admiraron la heroica valentía que manifestaron sobre todo en el momento de la muerte, cuando fueron crucificados en una colina de Nagasaki, y la serenidad y valentía que demostraron Luis Ibaraki (de 11 años), Antonio (de trece) y Tomás Cosaki (de catorce), que murieron cantando el salmo: “Laudate, pueri, Dominum… Sus últimas palabras fueron: “Yo no soy de Filipinas, mas soy japonés de nación y hermano de la Compañía de Jesús. No he cometido culpa alguna; muero solamente por haber predicado la ley de Nuestro Señor Jesucristo”. La canonización fue el 8 de julio de 1862 por el Papa Pío IX.

Tomado de CATHOLIC.NET

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