La incitación del papa Francisco, ya desde los inicios programáticos de su actividad pastoral, de “meterse en líos” -siempre que estos fueran buenos de verdad-, parece ser hoy merecedora de tacharse como despropósito y exageración porteña, ahora pontificia. Ni la experiencia personal sacerdotal, episcopal y aún cardenalicia, ni la sensibilidad de la piel de su alma en consonancia con las demandas de los tiempos nuevos, y ni siquiera su intensa y fructuosa concreción y creencia jesuítica en la pedagogía del discernimiento ignaciano, podrían haberle entreabierto las puertas a tantos y tan graves “líos” a afrontar, como los que le esperaban al acceder a la cátedra de San Pedro.
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