- Este relato nos sugiere que, si un hombre al sentirse acogido con tanta hospitalidad como lo fue Eliseo por la Sunamita, buscaba corresponderle con algún don, cuanto más Dios sintiéndose acogido y amado por nosotros no se volcará en dones de gracia (2R 4,8-11.14-16a). Igual ocurrió con Abraham y Sara que brindaron hospitalidad a los tres peregrinos y fueron bendecidos con el nacimiento de Isaac.
- El bautismo nos ha insertado místicamente en Cristo. La finalidad de esta inserción es que caminemos en él y con él hacia el Padre. Morimos con Cristo al pecado, es decir, a realizar nuestra propia voluntad; y vivimos para Dios, es decir, nos vamos conformando totalmente con la voluntad divina. Y así, como Cristo por el camino de la obediencia hizo triunfar la vida, así nosotros, siguiendo su mismo camino participemos de su victoria (Rm 6, 3-4. 8-11).
- Jesús exige que quien se comprometa con él lo haga de verdad. Anteponiendo el amor a él a cualquier otro afecto terreno. Es decir, vivir solo para él. Solo de esta manera se puede llegar a ser un verdadero apóstol, solo de esta manera puede hacerse verdad el que Jesús sea recibido por quien recibe a su apóstol. Jesús quiere que muchos se conviertan en presencia suya y del Padre en el mundo, pero esto solo es posible para quienes sean capaces de elevarse del amor a las creaturas al amor de Dios (Mt 10, 37-42).
- En cada eucaristía celebramos el amor de Cristo por los hombres. Amor que no antepuso nada a nosotros, ni siquiera su propia vida. Por tanto, amor que pide que no antepongamos nada a él. Procuremos no anteponer nada a la eucaristía, sino hacer de ella el centro de toda nuestra vida. Allí nos hacemos uno con el amor eterno e indestructible.
- CEC 2232-2233: la primera vocación del cristiano es seguir a Jesús; CEC 537, 628, 790, 1213, 1226-1228, 1694: el Bautismo, sacrificarse a sí mismo, vivir para Cristo; CEC 1987: la gracia nos justifica mediante el Bautismo y la fe.