- Esta profecía de Isaías nos habla de la universal providencia de Dios, capaz de alimentar todos los pueblos, de procurarles la verdadera alegría. Esta alegría tiene que ver precisamente con su manifestación que tendrá lugar a través del Verbo encarnado que descubrirá el verdadero rostro de Dios a todos los pueblos, vencerá la muerte para siempre con su resurrección y abrirá la puerta de la vida gloriosa a todo aquel que se acerque a su festín. Convirtiéndose así en la esperanza absoluta de todos los hombres y de la historia (Is 25,6-10ª).
- El Apóstol nos da un hermoso testimonio de libertad frente a los bienes materiales “se vivir en pobreza y abundancia”. El cristiano debe evitar dos extremos dañinos referentes a los bienes materiales, preocuparse exageradamente del bienestar material, dejándose llevar de la codicia y el afán de lujo, o, el despreocuparse de aprender una manera honesta de ganarse la vida, viviendo del trabajo de los demás, de los negocios ilícitos o del facilismo de la limosna sin real necesidad. Pablo es un hombre que aprendió un oficio para ganarse la vida, pero cuando la labor apostólica no se lo permitía u otra circunstancia (como estar encarcelado), recibía la ayuda de la comunidad cristina de Filipos. Su despreocupación por los bienes no era desprecio hacia ellos, sino que provenía de su absoluta confianza en la providencia y su disposición a aceptar vivir en las condiciones económicas que fuesen con tal de que no fueran obstáculo para anunciar el Evangelio, que era el trabajo del cual esperaba obtener la verdadera recompensa (Flp 4,12-14.19-20).
- Aquel traje de bodas, que es realmente imprescindible para poder participar de las bodas eternas del cordero con la Iglesia, es el traje de justicia y santidad que Dios mismo nos brinda por la gracia santificante (Mt 22,1-14).
- El banquete de bodas al que nos invita el Padre a todos los hombres tiene su pregustación y preparación en el sacramento de la eucaristía. Allí, todo el que está en gracia se une a Cristo de manera real en su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Allí, degustamos de la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía, donde la verdad y el amor sacian los más profundos deseos de nuestra alma y nuestro corazón.
- CEC 543-546: Jesús invita a los pecadores, pero pide la conversión; CEC 1402-1405, 2837: la Eucaristía es la prueba del banquete mesiánico.