Quien ha encontrado a Cristo no puede retenerlo para sí; siente el impulso de compartirlo con los demás. Ser misioneros no significa hacer proselitismo, sino dar testimonio con la vida, con gestos sencillos que hablen del amor de Dios.
Cada cristiano, desde su lugar, es llamado a ser una misión en el mundo. No se trata de ir lejos, sino de salir de uno mismo, de mirar al hermano con los ojos de Jesús. La misión comienza en el corazón que se deja tocar por el Evangelio y se abre a la compasión.
El Espíritu Santo es el protagonista de la misión: Él nos empuja, nos consuela en las pruebas y nos hace valientes para llevar la esperanza a quienes más la necesitan. Que María, la Madre misionera, nos ayude a vivir la alegría de anunciar a Cristo con nuestras palabras, pero sobre todo, con nuestra vida.”
— Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones, 2019.







