Dios te salve, Reina y Madre… Reina de los ángeles, Reina de los patriarcas, Reina de los profetas, Reina de los apóstoles, Reina de los mártires, Reina de los que viven su fe, Reina de los que se conservan castos, Reina de todos los santos, Reina concebida sin pecado original, Reina elevada al cielo, Reina del Santísimo Rosario, Reina de la familia, Reina de la paz…
María quiso ser Virgen. Y Dios aceptó su deseo y la enriqueció con la maternidad divina, sin perder la virginidad. María nunca pensó en ser Reina. Pero Dios la colocó por encima de todos los coros celestiales, y los hombres de todos los siglos la aclaman como «Reina y Madre» en la «Salve». Y en la letanía lauretana, el título de Reina es la más reiterada proclamación.
Las letanías de la Virgen dejan de ser invocaciones suplicantes para hacerse en el cielo clamores de triunfo. Madre del Salvador, Virgen Poderosa, Espejo de justicia, Rosa mística… Resuena el Avemaría. ¡Dios te salve, llena de gracia…! El final se ha suprimido para siempre, porque en la gloria ya no hay «pecadores, y «la hora de la muerte» pasó ya.
Dios Padre recibe a su hija. Dios Espíritu Santo acoge a su esposa. Dios Hijo dice: «Ven Madre mía. Niño era, y me alimentabas y vestías… Tuve hambre y me diste de comer. Sed, y la apagaste. Después vinieron treinta años de vida oculta en Nazaret, la vida pública, la Cruz… Para ti, como para mí, no faltaron penalidades para así entrar en la gloria del Padre». […]
ÉXTASIS DE HUMILDAD EN APOTEOSIS DE TRIUNFO
Ahora se entreabre el cielo… Los desterrados de la tierra perciben a lo lejos la sinfonía suavísima de un rumor que se hace imponente. Enajenada de amor y gratitud a María, la Iglesia peregrina y crucificada se agrega jubilosa al coro de la gloria. Llena de ilusión y esperanza, exclama: «Los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, en ti confiamos… Muéstranos a Jesús después de este destierro… Ruega por nosotros…
Cesan los cánticos y la Virgen tararea rebosando gratitud estrofas de su himno predilecto: «Glorifica mi alma al Señor y salta de gozo mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque hizo en mí cosas grandes el Todopoderoso». Es el éxtasis de la humildad en la apoteosis del triunfo.
DESPUÉS DE ESTE DESTIERRO, MUÉSTRANOS A JESÚS
Jesús subió al cielo el día de la Ascensión, María es elevada a la gloria en su Asunción. Nosotros entraremos también el día de nuestro triunfo. Pensamos muy poco en esta recompensa eterna. El Evangelio para algunos es un quitalegrías. Acervo de múltiples prohibiciones que hipotecan la libertad.
Muchos más bríos sentiríamos al pensar en la felicidad futura para conformarnos con la voluntad de Dios Padre… Miremos no sólo el camino, sino la meta final. La ruta es pedregosa y empinada, pero el fin es esplendoroso. «Poco durará la batalla, pero el fin es eterno… Allí todo se nos hará poco lo que se ha padecido, o nonada en comparación de lo que se goza» (Santa Teresa).
»Canta y camina» (San Agustín). En el cielo está preparado tu trono. La palma está a punto. Un poco de paciencia todavía… Llegaremos al tránsito definitivo como hemos llegado al fin de tal año, que nos parecía tan largo. Salvaremos la última etapa como tantas otras dejadas atrás…
Pasará la gran tribulación de la tierra (cf. Ap 7, 14), Este mundo de dolores y muerte dará paso a un universo nuevo. «Nuevos cielos, nueva tierra» (2P 3, 13), en que Dios «será Todo en todos» (cf. 1Co 15, 28).
Canta mientras caminas, mirando a María… ‘Hoy, la Virgen Inmaculada, limpia de todo afecto de tierra, llena de pensamientos de cielo, no volvió a la tierra. Siendo ya un cielo animado aquí, es llevada a los celestiales tabernáculos… ¿Cómo iba a morir aquélla de la que nació la Vida para todos? ¿Cómo iba a corromperse el cuerpo que albergó la Vida? Cristo, Verdad y Vida, dijo: Donde yo estoy, allí estará mi servidor. Luego, con mayor razón, la Virgen tenía que estar donde él estuviese” (San Juan Damasceno).
La fiesta de María Reina fue instituida por el papa Pío XII. La reforma del Calendario Romano de Pablo VI decidió que se celebrara, con rango de memoria obligatoria, el 22 de agosto, octava de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.
Tomás Morales, S. J.