La fotografía física de una enfermedad espiritual. Así podríamos llamar a la lepra. En la antigüedad la lepra era la enfermedad más terrible de las tierras del oriente medio en tiempos de Jesús. Ninguna otra enfermedad convertía al hombre en una ruina impresionante. Los leprosos perdían las cejas y se les ulceraban las cuerdas vocales de tal manera que su voz voz se tornaba ronca y desagradable. Perdía la sensibilidad de la piel y de muchas partes del cuerpo. Los dedos se iban cayendo. Era una muerte centímetro a centímetro. El leproso no podía entrar en los pueblos porque se pensaba que la lepra era contagiosa. La verdadera lepra, la más contagiosa y la que vuelve monstruoso a el que la sufre, es la lepra del pecado.
En la biblia, lo que hacía impuro a un hombre ante la ley eran: tocar a un cadáver y tocar a un leproso. Debía llevar el leproso una campanita y gritar: “¡leproso, leproso!” y no entraba en las ciudades. Jesús permite acercarse al leproso y no tiene asco ni repugnancia hacia ese tipo de personas. Para Jesús, el verdadero leproso es aquel leproso de espíritu: el que está lleno de rapiña y de maldad. (mt. 23´25).
“Si quieres, puedes curarme” el leproso se da cuenta plenamente de su enfermedad, sabe que no puede hacer nada, que no tiene cura, que ningún médico puede curarlo. Pero sí se da cuenta de que Jesús puede, que tiene el poder. Es un acto real de FE, de CONFIANZA en Jesucristo. Es la oración que le pedimos al Espíritu Santo que brote en nuestro interior. Si le pido con todas las fuerzas de mi alma y confío plenamente en su poder, el Señor no tardará en responder. Él me oye gritar, me observa pedir que le saque la peor enfermedad del alma, mi pecado y mi perversidad interior.
Jesús siente lástima, extiende la mano, lo toca y al final le dice: “quiero, queda limpio”. El lo más profundo de su corazón siente misericordia por el hombre que está podrido en su alma por el pecado; que tiene lepra ante el mal que es el pecado. Qué consolador para nuestras almas el saber que nuestro Pastor y Guía, Jesús, está al tanto de nuestros pesares, de nuestras enfermedades espirituales y está presto a solucionarlos y que siente gusto en poder aliviarlos.
“Ve y preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés” Jesucristo nos pide que también hagamos purificación, penitencia por nuestras faltas y pecados cometidos. Estamos a las puertas de comenzar el período de Cuaresma y la Iglesia nos invita a purificar el corazón y hacer penitencia. A través de los actos de dominio personal, de generosidad y de caridad, nos predisponemos para que no vuelva la enfermedad de la lepra del pecado en nuestra alma. Cristo nos cura, nos salva, nos sana. Y a mí me corresponde alejarme del pecado con la penitencia y la purificación de mis actos delante del Señor.
Padre Fermando Manuel Limón.