MARCOS 10, 2- 16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
Los fariseos plantean a Jesús el tema del divorcio, permitido por Moisés en el A.T. El Señor admite esta existencia. pero explica la razón: la dureza del corazón de los hombres, expresión bíblica para designar la actitud del pueblo que se niega a obedecer la voluntad Dios: rebeldía. El Espíritu Santo, que inspira las Escrituras, al aceptar en la Biblia la ley del divorcio no está mostrando la voluntad Dios, sino dejando constancia de la rebeldía y dureza de corazón de los hombres.
“Pero al principio, las cosas no eran así”. La voluntad primera Dios acerca del matrimonio era otra: Dios ha querido y ha creado la unión entre el hombre la mujer, que es fruto expresión del mutuo amor. no la separación, que es el fruto amargo del pecado, y que es una consecuencia de la dureza del corazón de los hombres.
La intención original de Dios está claramente expresada en los capítulos 1 y 2 del Génesis, en el mismísimo principio de todo [Iª lect. de hoy]. Y esa intención es que el hombre y la mujer se unan por amor en matrimonio, de modo que no sean ya dos, sino un solo corazón. Se trata de una unión que toca no sólo al nivel sexual, sino a todos los niveles, toda la personalidad de los esposos. Y que es “hasta que la muerte los separe” Por lo tanto, en una unión de esta clase ya no queda lugar para pensar en el divorcio. El divorcio sólo aparece recién después del pecado original.
Y Cristo no quiere para los cristianos una norma de conducta que se fundamenta en la condición del pecado, sino que busca la voluntad del Padre en el origen mismo de las cosas. Los fariseos se basaban en una reglamentación de vida según la situación de pecado que había en el mundo.
Pero Jesús retoma la voluntad de Dios en la creación. Donde los fariseos hablan de causas de separación, Jesús habla de la fuerza del amor que une, y por eso afirma: “que el hombre no separe lo que Dios ha unido” y lo escuchamos en todas las bodas, en el rito del matrimonio.
Son los esposos los que eligen, se eligen y se casan (ellos) por medio del consentimiento y amor mutuo; y la Palabra del Señor nos recuerda que antes de la decisión de los hombres hay un mandamiento de Dios, por el cual los que se unen en matrimonio quedan unidos para siempre: ya no son dos. Ninguna autoridad en el mundo puede dividir lo que Dios ha unido
Por lo tanto, el documento de divorcio que entonces utilizaban los fariseos, y que hoy es una triste realidad en las legislaciones de tantos países, no tiene ninguna validez a los ojos de la Verdad, a los ojos de Dios. Quienes son esposos lo seguirán siendo, aunque firmen todos los papeles de divorcio del mundo; y el Señor califica de adulterio toda unión con otra persona realizada por una persona divorciada. Hasta aquí, lo que dice Jesucristo, la Verdad en Persona.
Y nuestra reacción podría ser semejante a la de los discípulos, que quedaron profundamente asombrados, y sacaron una conclusión rápida: “no conviene casarse”. Ellos comprenden, como Cristo y como nosotros, que esta doctrina no es fácil.
Además, podríamos objetar: por más cristianos que seamos, y aun siendo templos vivientes del Espíritu Santo, los cristianos seguimos viviendo en el mundo: la realidad del pecado nos envuelve por todas partes. además, el mundo predica exactamente lo contrario de Cristo, y muy especialmente en este campo. además ¿Quién no se conmueve viendo los “casos particulares”? Vemos, incluso que aun entre los esposos cristianos existe el mal de la separación.
La “dureza del corazón” no sólo afectaba los hombres del tiempo de Moisés y de Jesús: también nos afecta a nosotros, y debemos admitirlo, con realismo y dolor. ¿Y qué familia no está tocada más menos de cerca por esta realidad?
Pero la vez que reconocemos esto, debemos dejar en claro que los cristianos, cuando hablamos del matrimonio, no debemos remitirnos al pecado del mundo ni a la dureza del corazón para sacar de allí las normas o leyes de la vida matrimonial. La única norma, la única ley para el cristiano es la que tiene Jesús: la voluntad del Padre. Y esa voluntad del Padre está claramente expresada (y definitivamente) en la Escritura, en el relato de la creación: el amor matrimonial es para siempre, hasta la muerte.
Sin embargo, es común escuchar: “yo soy católico, pero. acepto el divorcio”. Esta afirmación es insostenible. No se puede ser católico y al mismo tiempo estar en contra de las enseñanzas de Jesús: o una cosa o la otra. Sería como decir: “yo juego al fútbol, pero con la mano”; “con reglamento propio”. Eso no quiere decir ni justifica de ninguna manera que debamos ser incomprensivos con las personas divorciadas. Justamente, el cristiano más que nadie comprende que él no puede ni debe levantar el dedo acusador contra nadie, sino más bien comprender y perdonar.
Con el pecado no se transige. Pero con el pecador (TODOS LO SOMOS), misericordia. Pero sin nadar a dos aguas, sin indiferentismos, sin callar la verdad, sin respetos humanos.
Pienso ahora que los cristianos divorciados que viven actualmente en una nueva unión, y a ellos me dirijo:
1) Son tan hijos Dios como cualquiera nosotros: en la Iglesia no existen “cristianos de segunda”.
2) La Iglesia no cesa de encomendar su situación ante el Padre. y Uds. mismos deben hacerlo cada día en la oración
3) Aunque privados ahora acercarse a los sacramentos de la Confesión y la Comunión sacramental, están llamados perseverar con toda la Iglesia y como todos los cristianos en la oración, la lectura y meditación de la Biblia, la práctica de las buenas obras (“la caridad cubre todos los pecados”), y la comunión espiritual con el Señor y con los demás fieles cristianos, particularmente participando de la Santa Misa.
Y los demás cristianos debemos comportaron frente ellos como dignos de nuestro nombre: sin aprobar lo que Señor no prueba, pero llenos de caridad y comprensión, sin murmuraciones ni creyéndose mejores que nadie(cosa que sólo Dios sabe). En los tiempos que corren, no está de más decir que también de quienes viven en una nueva unión se espera una actitud de creyente respeto, v.g. frente a la Iª Comunión de sus hijos. Importa la vida de fe, no la foto de la fiesta.
Ni Dios, ni la Virgen, ni los ángeles ni los santos los abandonan. No están excomulgados, como erróneamente suele escucharse y por ende, la Iglesia tampoco.
“La iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener Dios la gracia de la conversión y de la salvación, si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad”. (Juan Pablo II, Familiaris Consortio nº 84).
Finalmente, para todos es importante prepararse para el matrimonio cristiano, viviendo un noviazgo cristiano, que sea: ejemplo de virtudes cristianas y que eduque para el amor auténtico, y no para caricaturas del mismo.
P. Fernando Limón