“Al Señor le dio lástima porque andaban como ovejas sin pastor”

MARCOS 6, 30-34: “Y se puso a enseñarles con calma”

 La multitud, la gente que seguía a Jesús debió andar a pie unos 12 kilómetros, unas 3 horas de caminada. Esas personas iban contentas y animadas porque les gustaba escuchar a Jesús, porque sabían lo mucho que ganaban escuchando a Jesús. Ciertamente no todos iban tras Jesús por escucharlas, sino por los milagros y los prodigios que realizaba. Pero sí había muchas personas que notaban un cambio interior al escuchar sus enseñanzas.

Un seguidor de Cristo, un buen cristiano necesita interiorizar los valores evangélicos y que estos valores muevan claramente nuestras decisiones. Por ello, es preciso conocer a Jesús, sus actuaciones y, sobre todo, su vida y sus palabras. En tiempos de Cristo lo hacían escuchando al Maestro, al Rabí, de viva voz. Ahora, sólo lo podemos realizar acudiendo permanentemente a la Palabra de Dios, sin la cual es imposible conocer al Señor Jesús.

El estudio sistemático de la Sagrada Escritura nos ayudará a conocer objetivamente los valores propios de Dios, procurando no limitarnos a un estudio formal, sino que nos lleve a la oración y la contemplación. Ése es el sentido de la lectio divina, que tanto nos ayuda a los que buscamos a Dios y cumplir su voluntad porque nos abre el corazón a la Palabra para que resuene ante cualquier acontecimiento en nuestra vida y nos oriente evangélicamente.

Dios nos manifiesta su voluntad universal, a través de las Sagradas Escrituras que Él ha confiado a la Iglesia. La Palabra de Dios y el Magisterio eclesiástico son el manantial genuino de la Divina Voluntad, en el cual necesitamos abrevar nuestra alma cada día. Nada de lo que Dios comunica a un alma individual puede estar en contradicción con su voluntad expresada en la Divina Revelación. Quien se nutre de la Palabra de Dios, entra en sintonía con la voluntad del Altísimo y se plantea la vida según sus deseos.

Hemos de acudir a la Palabra de Dios en la biblia con naturalidad y sencillez, buscando los sentimientos y valores del Señor. A eso tiene que llevarnos el estudio y la meditación de la Palabra de Dios.

Así como la mujer sabe las reacciones de su marido antes de que hable, por afinidad, por atracción, por vivir juntos y estar en su misma familia. También nosotros siendo de la familia del Padre con Cristo en el Espíritu, también conocemos la familia divina a través de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, instrumento íntimo y permanente para fomentar esa familiaridad, crear un modo de ver y pensar según Dios, y ayudar a orientar nuestra vida.

La Sagrada Escritura, leída y rezada y estudiada y venerada, es el marco viviente de nuestras decisiones cristianas y es un texto irremplazable del discernimiento de espíritus. Jesús lo dijo bellamente: «Las ovejas siguen a su pastor, porque conocen su voz» (Jn 10, 4). Las ovejas pueden oír las voces de mucha gente, pero entre todas ellas reconocerán infaliblemente la voz única del Buen Pastor, y a ésa seguirán. También nosotros hemos venido escuchando su voz desde nuestra niñez. Conocemos su voz como un niño conoce la voz de su madre. Antes de que el niño sepa el sentido de lo que su madre dice, antes de que aprenda la gramática o adquiera un vocabulario, sabe que es su madre quien habla, reconoce su acento, adivina el humor y descifra el mensaje.

La palabra de Dios ha sonado en nuestros oídos mucho antes de que pudiéramos entenderla con la cabeza; hemos estado oyendo las Escrituras mucho antes de que pudiéramos comprender su sentido; pero ya desde entonces su sonido, su tono, su incipiente sentido han ido moldeando nuestras mentes y dirigiendo nuestras vidas. Así como las muchedumbres escuchaban a Jesús y se familiarizaban cada día con su palabra y sus enseñanzas. Y luego, poco a poco, hemos ido aprendiendo el vocabulario y dominando la gramática. El lenguaje de Dios se ha hecho nuestro lenguaje, y su mentalidad la nuestra.

También hemos oído su palabra a través de sus ministros, sus representantes, su Iglesia; a través de otros cristianos y diálogos y libros; a través de la cultura que heredamos y la historia que aprendemos. Y, sobre todo, hemos escuchado su voz en nuestros corazones, en la oración y el silencio, en los toques de la conciencia y los instintos de la conducta, en el estímulo y el reproche. Conocemos su voz. Conocemos su timbre, su tono, sus resonancias, su modulación distinta de todas. Somos sus ovejas y conocemos la voz de nuestro Pastor. La voz del Pastor es la que marca el camino a las ovejas y es Su Voz la que debe marcar cada día el camino de nuestras actitudes y de nuestros comportamientos.

P. FERNANDO LIMÓN

Compartir

Suscríbete a nuestro boletín

Últmos Articulos