JUAN 6, 51-58: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”
El libro de la Sabiduría, que forma parte de los libros sagrados del Antiguo Testamento, no sólo se preocupan de transmitirnos las cosas de Dios, sino de hacernos experimentar y gustar esas enseñanzas de manera “experiencial”, sabrosa, gustosa. Nos invite a la búsqueda de la prudencia que le ayuda a cada ser humano a lograr esa armonía, y esa madurez personal necesarias para vivir con dignidad, de acuerdo con su ser persona, criatura e hijo de Dios. Una persona en sintonía consigo misma y con los demás está mucho mejor capacitada para descubrir a Dios en su vida, para la búsqueda de la verdad y para acoger y extender su mensaje a todos. En la lectura hemos escuchado cómo es la propia sabiduría la que sale a nuestro encuentro, pero cada uno en el ejercicio de su propia libertad, es quien decide acercarse a ella y acogerla o rechazarla. Habrá quienes sigamos empeñados en beber en fuentes que no son auténticas, despreciamos la sabiduría, y seguiremos caminos que no nos conducen a la verdad.
La sabiduría auténtica sale a nuestro encuentro, siempre va acompañada de virtudes como la prudencia, la fortaleza interior para saber ser fuertes ante las dificultades, la coherencia y la constancia en lo que se cree, la suficiente amplitud de espíritu para acoger a todos, incluso a aquellos que no creen en lo mismo que tú y el saber reconocer la presencia de Dios en nuestra vida. Por el contrario, está claro que esa sabiduría nunca lleva consigo, ni la envidia, ni el considerarse mejores que los demás, ni la superficialidad en lo que uno cree. San Bernardo nos aconseja: “Si quieres dejar la inexperiencia tienes que alimentarte con el Pan de la Divina Eucaristía, y Jesús que es el Camino, la Verdad y la Vida, te llevará por el sendero de la verdadera prudencia.”
Jesús se nos presenta la Eucaristía como centro de la vida del cristiano, participar en ella es hacer ya de esta vida parte de nuestra vida con Él. Es adelantar nuestra vida futura. La Eucaristía se convierte así, en un bien irrenunciable para el discípulo. Es esta una de las razones por la cual debemos valorar la Eucaristía como lo que es, no como una obligación, o como algo secundario en mi vida de fe, sino como algo sustancial de la misma. En la Eucaristía es donde más cerca siento a Jesús. Ese Jesús que me dice lo que tengo que hacer, que me dice que mejore en lo que tengo que mejorar, y que me anima a hacer de mi vida algo gratificante para mí, para las personas que viven conmigo, y para hacer lo que pueda por lo que necesiten de mi ayuda. Qué lejos queda todo esto de esa discusión sin sentido de si es obligatorio venir a misa o no, no es que sea o deje de ser obligatorio, es que la Eucaristía debe ser algo fundamental para el creyente, y no porque viniendo sea mejor o peor, sino porque necesito sentirme cerca de ese Jesús que nos quiere y necesito sentirme cerca de las personas que creen lo mismo que yo.
Le pedimos al Señor en este domingo, que nos ayude a comprender día a día lo que significa y lo que me exige el participar cada domingo en la celebración, que vaya descubriéndolo con su ayuda. Se lo pedimos al Señor. Y lo hacemos al tiempo que recordamos a los que menos tienen, a los que están solos, a los enfermos, especialmente a los que conocemos o son de nuestras familias, para que nunca les falten personas que sepan cuidarlos y quererlos.
El sensato, el prudente es el que se alimenta de Jesucristo que le da fuerza interior, la gracia santificante y le ayuda a vivir bien ya en esta vida juzgado con equilibrio las situaciones que le toca vivir, no pierde la calma, sabe estar, sabe callar a tiempo y sabe hablar cuando es preciso. Y además se está preparando y ganando la vida eterna: “El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo” y para la vida del cielo, nos va transformando en Él, nos “dioseinforma” continuamente, cada vez que lo recibimos con fe y amor.
P. Fernando