HOMILÍA PARA EL DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Marcos 10,35-45: EL CAMINO DE JESÚS HACIA JERUSALÉN Y LA FORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS (VI): La verdadera grandeza está en el servicio

Vemos el contraste entre la actitud de Jesús y la de los discípulos. Frente a la búsqueda de gloria humana por parte de los discípulos, Jesús aparece una vez más como el Siervo que da su vida en rescate por todos. Y su gloria consiste precisamente en justificar a una multitud inmensa «cargando con los crímenes de ellos» (Is 53,10-11). Para moderar las ansias de grandeza de los discípulos Jesús ante todo exhibe su conducta y su estilo; más que muchas explicaciones, les pone ante los ojos el camino que él mismo sigue: del mismo modo, el que quiera ser realmente grande y primero no tiene otro camino que hacerse siervo y esclavo de todos. La actitud de Jesús es normativa para la comunidad cristiana. Ejercer la autoridad no es tiranizar, sino servir y dar la vida.

Como en tantos otros pasajes, Jesús corrige a sus discípulos sus ideas excesivamente terrenas, sobre todo en su afán de poder y dominio. Apuntados al seguimiento de Jesús, el Maestro, también nosotros hemos de dejarnos corregir en nuestra mentalidad no evangélica. La Iglesia, comunidad de los seguidores de Jesús, no es una sociedad o institución cualquiera: el estilo de Jesús es radicalmente distinto al del mundo.

Frente a las pretensiones de grandeza, de superioridad e incluso de dominio sobre los demás, Jesús propone el modelo de su propia vida: la única grandeza es la de servir. Esto es lo que Él ha hecho: El eterno e infinito Hijo de Dios se ha convertido voluntariamente en esclavo andrajoso. Hace falta entender todo el realismo de la palabra, lo que era un esclavo en tiempos de Jesús: alguien que no contaba, que no tenía ningún derecho, que vivía degradado y humillado; Jesús se hace esclavo de todos, y ha ocupado en último lugar.

Pero Jesús no es sólo un esclavo, con todo lo que tiene de humillante; es el Siervo de Yahvé que ha cargado con todos los crímenes y pecados de la humanidad, que se ha hecho esclavo para liberar a los que eran esclavos del pecado. Su servicio no es insignificante. Su servicio consiste en dar la vida en rescate por todos. Y nosotros, apuntados a la escuela de Jesús, somos llamados a seguirle por el mismo camino: hacernos esclavos de todos y dar la vida en expiación por todos, para que todo hombre oprimido por el pecado llegue a ser realmente libre.

Marcos 10,35-45: El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos. Hemos de vivir en la fe del Hijo de Dios, que nos amó y se inmoló en reparación de nuestros pecados (cf. Gal 2,20). Jesucristo libera al hombre entregándose por él. Los cristianos estamos llamados a participar en su actitud de oblación con el servicio recíproco y el testimonio, incluso con nuestra propia vida. Así lo han hecho multitud de hermanos nuestros y lo siguen haciendo.

La semblanza mesiánica del Corazón redentor de Jesucristo es presentada como servicio victimal, reparador de los pecados de los hombres. Es la dimensión kenótica (humillación, obediencia, victimación redentora) del Misterio Pascual.

Contemplemos la vivencia sacerdotal profunda del Verbo encarnado: su genuina misión irrenunciable y la razón de ser del mismo misterio de la Encarnación en carne pasible y sacrificable.

Hemos sido beneficiados por el sacrificio de Cristo. Somos nosotros los que hemos de irradiarlo en todas partes, a toda criatura. Existen millones de hermanos nuestros que no lo conocen aún. No puede esto dejarnos indiferentes, sino que, con nuestra oración, con nuestra palabra, con nuestra propia vida y con nuestros sacrificios hemos de proclamarlo en todo momento.

Comenta San Agustín: «Escuchaste en el Evangelio a los hijos del Zebedeo. Buscaban un lugar privilegiado, al pedir que uno de ellos se sentase a la derecha de tan gran Padre y el otro a la izquierda. Privilegiado, sin duda y muy privilegiado era el lugar que buscaban; pero, dado que descuidaban el por dónde, el Señor retrae su atención del adónde querían llegar, para que la detengan en el por dónde han de caminar. ¿Qué les responde a quienes buscaban lugar tan privilegiado? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Qué cáliz sino el de la pasión, el de la humildad, bebiendo el cual y haciendo suya nuestra debilidad, dice al Padre: Padre, si es posible pase de mí este cáliz? Él se pone en lugar de quienes rehusaban beber ese cáliz y buscaban el lugar privilegiado… Buscáis a Cristo glorificado; acercaos a Él crucificado… Ésta es la doctrina cristiana, el precepto y la recomendación de la humildad: no gloriarse a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6,14)» (Sermón 160,5).

 

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