HOMILÍA PARA EL TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO. CICLO B.

Mc 13, 24-32: Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos

Detengámonos brevemente en ciertas expresiones. “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. La descripción está tomada del libro de Daniel (7, 13ss.). ¿Cómo interpreta y utiliza el texto evangélico la cita tomada de Daniel?

En la visión de Daniel aparecen las Bestias que se oponen al Hijo de hombre, el cual pertenece al mundo trascendente, al mundo divino, sin que sea posible ir más lejos en la identificación. Se trata de los diferentes imperios del mundo que deben derrumbarse para hacer sitio al Reino de Dios. Después del libro de Daniel se volvió a tomar el símbolo del Hijo de hombre y se amplió todavía más su trascendencia. Llegamos poco a poco a la utilización de esta expresión, pero transformada en “Hijo del hombre” en los evangelios. Sabemos que Jesús se designa a sí mismo como tal (Mt 5, 11; 16, 13-21; Mc 8, 27-31; Lc 6, 22). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban ve a Jesús como el Hijo del hombre (Hech 7, 55), y también en el Apocalipsis aparece el Hijo del hombre (Apoc 1, 12-16; 14, 14ss.).

Para Jesús, el Hijo del hombre es, evidentemente, una persona, él mismo, que da su vida como rescate por muchos (Mc 10, 45). “Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos”. En el judaísmo se trata de la reunión de todos los judíos en su país. En el evangelio se trata de todos los bautizados que constituyen el nuevo Reino. La imagen será recogida, por ejemplo, en un escrito judeo-cristiano, la Didajé o Enseñanza de los Apóstoles. “Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla“.

Habrá signos precursores. La higuera es un ejemplo en forma de parábola: “Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca”. Lo mismo es para la parusía. Desde el momento en que aparezcan los signos anunciados, querrá decirse que el Hijo del hombre está cerca. “… antes que todo se cumpla”. Ese “todo” no es evidente. Se puede pensar en los fenómenos descritos más arriba, como en la destrucción del Templo.

La parusía total, sin embargo, sigue siendo esperada por los cristianos e indeterminada en su fecha. Por otra parte, el propio Jesús lo afirma: nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera el Hijo, sino solamente el Padre. Aquí el significado del texto no resulta sencillo. ¿Cómo puede ignorar el Hijo lo que el Padre sabe, siendo así que Jesús mismo dice que nadie conoce plenamente al Padre sino el Hijo? (Mt 11, 27). Los exegetas resuelven esta dificultad viendo en Jesús al Hijo que tomó carne y se humilló como una criatura, y en este sentido, en cuanto encarnado, no conoce el día ni la hora. Nos encontramos aquí ante una tentativa del evangelista para explicar a su comunidad la parusía, y para estimular en ella el sentido y el comportamiento debido a la espera.

Entonces se salvará tu pueblo (Dn 12, 1-3).

El pasaje que hemos leído se encuentra en este género. Habla de los últimos tiempos. La revelación comunicada al vidente se refiere al momento último, y responde a la acuciante pregunta: ¿Qué será de los servidores fieles a Dios? He aquí la respuesta: resurrección, retribución. Notemos, además el vocabulario apocalíptico, que nos recuerda el discurso escatológico de Cristo en los evangelios, el Apocalipsis de san Juan y las descripciones de la parusía en los escritos de san Pablo:

  1. En los últimos tiempos, surgirá un poderoso defensor del pueblo (Miguel). El pueblo será salvo, no perecerá. Son en concreto los que están escritos en el Libro de la vida. Son los predestinados.
  2. La salvación consistirá en la resurrección -vuelta a la vida-, seguida de una transfiguración completa- brillarán con el fulgor del firmamento -que durará toda la eternidad-. Son los sabios, los que han enseñado a otros a practicar la justicia. La palabra de dios se mantendrá firme hasta el fin. Benditos ellos, que han perseverado. Tendrá lugar un justo juicio. A unos el premio, a otros el castigo. Para éstos últimos la condenación, el horror eterno. Así terminan las cosas.
  3. Precederá a todo esto un periodo de grandes angustias, de tribulaciones y persecuciones que no admite comparación.

El primer versículo describe una situación catastrófica. Y Daniel lo explica como una resurrección y un juicio. Los muertos despertarán, unos para vida perpetua, otros para ignominia y desgracia perpetuas. Por otra parte, los sabios brillarán como el fulgor del firmamento junto con los que enseñan la justicia. Vemos, pues, aquí la afirmación de una resurrección individual y de una retribución. Es una teología nueva para el judaísmo; será acogida y retomada en el Nuevo Testamento.

No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Tal es la respuesta tomada del salmo 15. Y tal es, en efecto, la lección de este domingo. Más que detenernos en los detalles catastróficos y espantosos de estas descripciones, es la alegría del último día lo que debe animarnos en la esperanza. Indudablemente, nuestra mentalidad cristiana de hoy día no nos centra suficientemente en la parusía; estamos más exclusivamente preocupados con nuestra muerte y nuestra comparecencia ante Dios. Es la falta de comprensión de nuestro pertenecer a un Reino que ha de llegar a su estadio definitivo. No es que hayamos de desinteresarnos de nuestra salvación personal e individual, pero tendríamos que incluirla en este paso definitivo del mundo al más-allá, en el momento del juicio, que es tanto una construcción como un juicio, con frecuencia demasiado unido al miedo al castigo, y no lo bastante a la certidumbre de una construcción nueva.

Toda la espera cristiana del éxito de la redención debería consistir en la viva y gozosa esperanza de esta realización. La celebración eucarística es, a la vez, prenda de la certeza que esperamos y eficacia que engendra la madurez del mundo y apresura el fin de los tiempos. Cada vez que celebramos la eucaristía, nos hallamos “a la espera de su venida”, y contribuimos a que pase el tiempo de los signos sacramentales para llegar al cara a cara. Espiritualidad olvidada con demasiada frecuencia, hasta el punto de que con dificultad podemos entender los textos de la Escritura, hasta el punto también de permanecer aislados en medio de una espera a veces perezosa de nuestro destino, sin que pensemos en enlazarla con la de toda la Iglesia que camina al encuentro de su Señor.

Mc 13, 24-32: Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos.

Jesús habla del fin, de la catástrofe que se cierne sobre Jerusalén y la nación judía. Jesús habla también del fin y de la catástrofe que se cierne sobre el mundo que nos rodea. Jesús invita a la atención y la vigilancia. Por una parte, hay que prestar atención a las señales. Pudiera uno caer en el engaño, lo cual sería muy lamentable. Por otra, hay que estar siempre en estado de vigilancia, pues aunque el fin tarde, es seguro que llegará. Cristo lo ha dicho. Sus palabras no pueden fallar.

Jesús habla del fin de los tiempos. Los tiempos tendrán un fin. El firmamento, la bóveda celeste, tan estable e inamovible desde el comienzo de su existencia, acabará por derrumbarse. El mismo vahído sufrirá la tierra, soporte del hombre y de la civilización humana. Todo ello ha de pasar. Dios le ha señalado un término. El sol, que alumbró la tierra durante tantos miles de generaciones, se sentirá impotente para mantener activa su luz; se apagará. La luna, a quien tantas noches vieron caminar errabunda, caprichosa y loca, dejará de brillar. Las estrellas, innumerables y juguetonas, que embellecen el firmamento, se desplomarán y lloverán ruidosas unas sobre otras. El universo entero temblará. Es que ha llegado el fin. La voz de Dios las trajo a la existencia. La voz de Dios las conmoverá.

Antes, sin embargo, tendrá lugar una gran tribulación, cual no la hubo nunca. De ella habla el Apocalipsis y a ella y a ella alude Pablo en 2 Ts 2, 3-12. También los apocalipsis judíos la anunciaban. Habrá persecuciones, angustias, tormentos, terrores

Como remate de todo ello, la revelación del Hijo del Hombre, que viene sobre las nubes con gran poder y majestad. Es cosa cierta que Cristo ha de venir, como Salvador y Juez. Señor del universo, vendrá a salvar a los suyos. son suyos, le pertenecen. Han sufrido las tribulaciones y, con todo, han perseverado en su amistad. Hay un término también para su tribulación, angustia y calamidad. Cristo viene a recogerlos. San Pablo en 1 Ts nos escribe entusiasmado el encuentro jubiloso de los fieles con su Señor. Será día de alegría, de gozo indescriptible. A eso viene el Señor. Nadie podrá arrebatárselos. Cristo es el Dueño de todo. Ante su presencia, el sol se olvidará de su luz, la luna de su blancura, las estrellas de su distancia y el universo entero caerá desmayado a sus pies.

El Señor, el Salvador nuestro, viene. Es sin duda la idea principal, aunque la descripción de las señales que acompañarán su venid ocupen gran extensión.

1) ¿Quién es el que viene? El Hijo del hombre. Nótese el carácter enfático de la frase. Vendrá sobre las nubes del cielo. Es un ser divino, sobrehumano, superior a toda creatura. Con gran poder y majestad. Efectivamente, es el que está sentado a la derecha del Padre, como lo afirma la segunda lectura. Tiene poder divino. Es, en último término, Dios mismo. El ha sido quien ha destruido el pecado y quien ha abierto el camino que conduce a Dios. Tiene un Hombre sobre todo hombre, capaz de santificar a todos. Lo mismo ángeles, fieles servidores de Dios, están a su servicio; son sus mensajeros. Así lo asegura la primera lectura. La primera lectura habla de Miguel. Es el Señor del universo con carácter divino. Ese es quien viene, nuestro Señor Jesucristo.

2) ¿Para qué? Viene a salvar, pues es el Salvador. Ya Daniel lo había anunciado de forma impersonal: el pueblo de Dios se salvará. Así lo ha determinado Dios para el último día. La segunda lectura lo recuerda: él nos perfeccionará de modo completo. Viene a recoger a los suyos de las cuatro partes del mundo, dice el evangelio.

3) ¿Qué tipo de salvación? La salvación es algo positivo. Es inmortalidad, ausencia de corrupción (salmo). Es también una transformación completa del individuo. La primera lectura habla de fulgor, de brillo, de una perfecta transfiguración. Resucitarán. Recibirán el gozo sumo, la dicha perfecta, la vida eterna (salmo). El pecado será totalmente destruido con todas sus consecuencias.

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