Llegamos al final de uno de los cursillos internos de discipulado que el evangelista Lucas quiso insertar catequéticamente en la sección de la subida de Jesús a Jerusalén. Los discípulos han venido aprendiendo cómo superar “la codicia” que suscita comportamientos hipócritas, que Jesús llamó la “levadura de los fariseos” (12,1). Falta todavía la última lección, que no puede ser otra que la de la Pasión de Jesús y sus consecuencias (12,49-53).
Jesús les habla a sus discípulos de su propia vocación. Pero su experiencia personal se proyecta inmediatamente sobre sus seguidores, porque el destino del discípulo está profundamente unido al del Maestro (ya lo había dicho abiertamente en Lc 6,40). Y todavía más: el sentido de la vida de Jesús determina el sentido de la vida de sus discípulos. ¿Podrá haber algo mayor que esto?
Para comenzar, Jesús dice cómo percibe su misión y su destino a partir de dos imágenes contrapuestas: (1) el “Fuego” y (2) el “Agua”.
- El “Fuego” (12,49): el resultado de la venida de Jesús al mundo. Jesús compara su venida a la tierra como un fuego que se expande a toda velocidad por un campo semiárido. Probablemente se está refiriendo a un fuego purificador de la humanidad y que es símbolo del juicio de Dios, como aquel fuego que el profeta Elías hizo caer sobre el monte Carmelo que debía llevar al auditorio a elegir entre Baal o Yahvé (ver 1 Reyes 18,21). Por eso este fuego divide: “¿Pensáis que he venido para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división” (12,51; para esta “división” de juicio ver Is 66,15-16; Ez 39,6; Mlq 3,19). Jesús lo expresa como un “celo ardiente”, que nos recuerda el Salmo 68,9: “el celo de tu casa me devora”.
- El “Agua” (12,50): los efectos sobre la misma persona de Jesús. Su misión tiene consecuencias sobre su misma persona. Jesús será sumergido en las aguas profundas -un bautismo- de la muerte (como lo dicen los Salmos 69,2-3.14-15; 88,8.18). De esta forma se refiere a su pasión. Cuando Él dice “¡Y qué angustiado estoy hasta que se cumpla!”, no está diciendo que se quiera morir rápido, sino que su mayor deseo en la vida es llevar a cabo el destino que el Padre le asignó.
Las dos imágenes confluyen en el anuncio que Jesús hace sobre la vida de los discípulos: en el v.50, “¿Pensáis que he venido para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro sino división”, el discípulo, quien es un mensajero de la paz (ya lo leímos en las instrucciones de la misión, en 10,5-6), sabe que su situación personal será más bien la del conflicto. El conflicto de incomprensión entre aquellos que ya viven la vida nueva y los que todavía no han dado el paso de conversión (12,52-53; comparar con Miqueas 7,6). Como su Maestro, ellos son “signo de contradicción” (2,34). Lo que aquí se anuncia será todavía más claro en 21,17: “Seréis odiados todos por causa de mi nombre”. El evangelio nunca oculta que éste sea el destino del discípulo: su vida madurará y llegará a la plenitud por el mismo camino de su Señor, siempre a la sombra de la Cruz.
Padre Fidel Oñoro, CJM
Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM
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