Marcos 14-15: SIGUIENDO AL REY CRUCIFICADO HASTA EL FIN. La extraordinaria fidelidad del Maestro.

La Semana Santa siempre es especial, interesante y nueva. Nueva porque siempre nos encontramos con un drama existencial para la humanidad y, porque el personaje principal, es realmente heroico, épico y trascendental: Jesucristo, el Hijo de Dios, el Mesías, el Ungido. Cuando contemplamos con un poco de calma y silencio los acontecimientos que inician en la entrada de Jesucristo en la ciudad de Sión, Jerusalén, nos llenamos de muchos sentimientos y afectos tan intensos que vale la pena adentrarnos en medio de las circunstancias, los lugares y sobre todo los personajes de esta tragedia. 

¿Qué personajes encontramos en este domingo de Ramos?

-Por supuesto que a Jesús y a sus íntimos, los apóstoles que le siguen en todo momento. Luego vemos una muchedumbre que aclama, que grita y que está enardecida. Arremolinados y también dando gritos de protesta y reclamos, nos encontramos con los fariseos. Las palmas y los mantos que vuelan y se extienden de aquí para allá. Y nuestros oídos se llenan de los cantos de alegría y hosana; los gritos de felicidad. En un momento crucial vemos unas lágrimas que brotan del rostro congestionado de Jesucristo ante Jerusalén. Y casi desapercibido descubrimos al borrico que porta al Señor.

El Borrico es un animal noble, obediente y despreocupado, servicial, aguantador y trabajador. Da gloria y alabanza a Dios en su trabajo y en su esfuerzo. A veces, podemos sentirnos como este animalito: las circunstancias de la vida nos llevan en una vorágine de dificultades, alegrías y problemas que no sabemos cómo llevarlas. Pero sabemos por la fe, que, si el Señor está con nosotros, ¿qué nos puede pasar? La gente puede gritar, los fariseos pueden despotricar, el polvo se levanta por doquier y al final entramos triunfantes para participar junto a la cruz del Señor en su sacrificio y luego en su triunfo. Como este animalito, queramos llevar a Cristo en nuestra espalda, como llevamos la medalla o la cruz en nuestros pechos. Cuando todos nos feliciten, que sea a Cristo, no a nosotros; porque Él es el que hace maravillas en nosotros si le “portamos” encima de nuestras vidas.  Cuando la vida nos de éxitos y todo nos vaya bien, no seamos vanidosos; creyendo que todo es nuestro mérito y nuestro esfuerzo. No. El que merece la gloria y es digno de alabanzas es Jesús. Si. Transmitamos a Cristo con nuestra vida, sin tenerle miedo a entrar en Jerusalén donde también participamos de su pasión, de su muerte y felizmente en su gloria. Sintámonos a gusto con Cristo en nuestras vidas como este hermoso y sencillo animalito.

Casi de reojo vemos las lágrimas de Jesús ante la visión de la hermosa ciudad de Jerusalén. Pero ¿cuáles son los Motivos del llanto de Cristo?

Llora ante todo porque toda la muchedumbre no le entiende. Ahora le quieren Rey y Señor, dominador y pero luego le van a condenar y escuchará de sus labios los gritos: “¡Histelé!” “!Crucifícale!” Llora por los males que le va a venir al Pueblo escogido. No le aceptaron y Dios les abandona a su dureza de corazón, a su falta de fe, en definitiva a sus pecados. Por supuesto que yo también me puedo alejar de él y Jesús llorará por mí porque yo le he abandonado. Llora por los pecados de todos y cada uno de nosotros y por el castigo que merecemos por nuestras culpas. El motivo más fuerte es la malicia, la ingratitud, desprecio de sus gracias, la actitud indiferente ante su amor.

La alegría está presente por todos lados: Los cantos, los Hosanna, los salmos inspirados, los gritos de la gente y de los niños. Por toda parte se respira ambiente de felicidad, de esperanza y de gozo. Todos intuyen que algo grande va a suceder, aunque no sepan el qué. Porque el misterio de la redención se realizará de manera totalmente distinta de como lo esperamos los seres humanos, tan preocupados por nuestros intereses.

Nosotros debemos alabarle siempre: cuando entra triunfante y glorioso y cuando lo veamos en la cruz ofreciéndose por nosotros. En el jueves vamos a cantar el amor de Cristo lavándonos los pies, dejándonos la santa Eucaristía y ordenando a los primeros sacerdotes. El viernes cantaremos su sufrimiento y su entrega por amor, colgado del madero. “¡Oh santa cruz que redimiste al mundo!” El sábado nos uniremos a María en el dolor con cantos de lamento y de tristeza, pero luego nuestra garganta exultará de la alegría en una noche misteriosa de vigilia y de triunfo. Y, por supuesto, el domingo el canto del aleluya.

Iniciemos este drama maravilloso que la Iglesia nos invita a conmemorar, es decir, a volver a vivir. Hay que vivirlo en vivo, en directo y en protagonista. Si quieres, metiéndote en medio de la multitud, conversando con los principales personajes, acompañando a María y a Juan. En definitiva, viviendo esta tragedia, con un final feliz, maravilloso y épico, porque Jesucristo nos va a mostrar muchas cosas: su entrega, su amor, su donación y sobre todo su poder, un poder que sólo viene de Dios.

Padre Fernando Manuel Limón

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