El dilema de los discípulos- misioneros. En el texto afloran cuatro “miedos” del misionero: Miedo a hablar en público (10,26-27); Miedo a que destruyan su integridad física (muerte del cuerpo) (10,28-31); (Más bien debería tener) miedo a perder la salvación (“muerte del alma”) (10,28- 31); (Más bien debería tener) miedo a perder la comunión definitiva con Jesús (10,32- 33).
La enseñanza de Jesús. la enseñanza de Jesús a los misioneros gira en torno a una misma expresión que tres veces repite con fuerza: “¡No tengan miedo!”: “No les tengáis miedo. Pues nada hay encubierto que no haya de ser descubierto” (10,26); “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (10,28); “No temáis, pues, vosotros valéis más que muchos pajarillos” (10,31). “No tengan miedo”. Es como si les dijera: “¡No se dejen doblegar por el miedo de manera que el tratar de salvar sus vidas los vuelva desleales a mí e incompetentes ante la tarea que les encomendé!. En otras palabras, es natural para aquel que es perseguido, sentir miedo frente a los perseguidores, pero el miedo no lo debe paralizar, intimidar, cohibir, llevar disfrazar su opción o a cambiar de camino.
El verdadero temor. La exhortación a “no temer” ahora es más concreta: se trata de la eventualidad de la muerte. Por pertenecer a Jesús, el discípulo puede sufrir una muerte violenta. Pero Jesús también habla de un “temor” que sí hay que tener: el temor de Dios, que es ante todo respeto. De hecho, hay que saber distinguir entre el verdadero y el falso temor, así como lo hace el profeta Isaías: “No temáis ni tembléis de lo que el (pueblo) teme; a Yahvé Sebaot, a ése tened por santo, sea él vuestro temor” (8,12-13). Y he aquí la motivación fundamental que Jesús da para atreverse a dar el paso del martirio: la vida en última instancia depende de Dios. Para comprender mejor esto hay que hacer una valoración del poder: (1) El poder de los hombres, quienes pueden matar el cuerpo pero no matar el alma. (2) El poder de Dios, que puede mandar a la perdición el cuerpo y el alma a la gehena. (en el mundo bíblico la “gehena” es concebida como lugar de pena eterna). ¿Qué quiere decir esto? Jesús pide valentía también frente al daño extremo e irrevocable en el podemos caer, esto es, frente a la muerte. El hecho de que nosotros continuemos viviendo o que nuestra vida se acabe de repente, puede depender de los hombres. Con todo, Jesús nos recuerda que la muerte es solamente realidad penúltima, que la vida terrena no es el bien mayor y que la muerte no es el mal más grande, y que, a pesar de su poder para matar, los hombres no tienen ningún poder discrecional sobre la salvación o sobre la condenación. Aquí termina el poder humano y comienza el ámbito del poder exclusivo de Dios…Según esto el valor más alto no es la vida terrena, por eso no hay que tratar de conservarla a toda costa. El valor mayor es nuestra relación con Dios y con su voluntad, por eso debemos comprometernos valientemente con todo nuestro ser. Cuanto más nos abandonamos a él, tanto más somos libres frente a los hombres y a sus acciones.
“Por tanto, no tengan temor” (10,31). Quien es perseguido puede tener la impresión de estar afrontando solo a la gente y su violencia, y que Dios lo haya abandonado y se haya olvidado de él. Jesús revela un Dios que conoce cada pajarito y cuenta cada cabello. Un Dios Padre que abraza todas las cosas y sin su consentimiento nada sucede. Si a él no se le escapan estas pequeñas cosas, en las cuales nosotros nos sentimos impotentes, mucho más su atención y su cuidado paterno acompañarán a los hombres. Jesús no dice que no nos llegará a suceder nada malo ni desagradable. Pero todo lo que nos sucede está en las manos de Dios, es conocido, determinado y llevado a término por él. No debemos caer en el desaliento, sino que con confianza podemos confiarle nuestro destino a la guía benévola y a la providencia de Dios.
Ante las presiones para renunciar a la opción de fe: Confesar abiertamente a Jesús (10,32-33). Jesús, quien les ha pedido a sus discípulos que anuncien con valentía su mensaje (10,27), también exige de ellos plena confianza en su persona (10,32). Ellos deben mostrar incondicionalmente su pertenencia a él y creer en su mensaje, que es ante todo el mensaje sobre su Padre celestial. De esto depende el que Jesús se declare un día a su favor ante Dios, quien decidirá la salvación o la ruina eterna (10,28). Así Jesús revela de nuevo su incomparable posición y autoridad: de nuestro comportamiento hacia él se decide el juicio de Dios sobre nosotros, y con éste nuestro destino eterno.