Jesús manda a sus discípulos a través del lago de Galilea para que vayan delante hasta la otra orilla. Sube a orar a la montaña, mientras que los discípulos en medio del lago enfrentan una tempestad durante toda la noche. Ya cerca del amanecer, Jesús se aproxima hacia ellos caminando sobre el mar. Los discípulos se perturban. Entonces Jesús revela su identidad, frente lo cual Pedro desafiando el poder del nombre de Jesús pide poder caminar sobre el agua. Pero anduvo pocos pasos cuando comenzó a hundirse. Grita y es salvado por Jesús. Es reprendido y, luego, todos en la orilla se postran ante Jesús para adorarlo como el “Hijo de Dios”, es decir, como uno que vive en una relación privilegiada con Dios.
El marco de todo el texto es la oración. (a) Al comienzo Jesús ora en la montaña y desde su oración acompaña pacientemente la travesía que están haciendo sus discípulos en el lago (14,23); Jesús está con nosotros en nuestras “travesías” de la vida, él nos sostiene siempre (con su oración desde la montaña) particularmente cuando en la vida enfrentamos adversidades. (b) Las dos intervenciones de Pedro, en la que grita “¡Señor!” (14,28.30), tienen fuerza oracional. (c) La reacción final de la comunidad, apoyada en un gesto de postración ante Jesús (=adoración) y expresada en un claro reconocimiento de la filiación divina de Jesús, es el culmen de todo este camino oracional que sirve de eje al texto y de paradigma a nuestro camino de oración. La fe se expresa en la oración.
El relato apunta a una confesión de fe: los discípulos terminan postrados adorando al Hijo de Dios. Esta reacción es la primera confesión de fe comunitaria (14,33) y responde a lo que se esperaba que sucediera después de la multiplicación de los panes, como si fuera su “amén”.
El itinerario de Pedro es un modelo de dicho camino de la fe. En el centro del relato está el episodio del diálogo Pedro y Jesús. En el texto se capta el siguiente proceso:
(a) Comienza con un juego de palabras: Jesús dice “Soy Yo”, Pedro dice “si Eres Tú” (14,27-28).
(b) El “Soy Yo” en boca de Jesús es un eco de la revelación de Yahvé a Moisés (ver Ex 3,14-15), el mismo Dios que abrió camino en lugares imposibles (el desierto); Pedro desafía a Jesús para que compruebe que es lo que dice ser.
(c) Jesús atiende la petición de Pedro y hace que Pedro vaya donde Él caminando sobre las aguas (14,29).
(d) Cuando Pedro siente miedo comienza a hundirse y grita “¡Señor, sálvame!”; Jesús por su parte le tiende la mano al mismo tiempo que le declara su poca fe.
(e) Una vez en la barca junto con todos se postra y confiesa la fe (14,33).
En medio del peligro y con un gran sentimiento de impotencia Pedro clama al Señor con una de las oraciones más breves y bellas del Evangelio: “¡Señor, sálvame!”.
La fe desnuda de Pedro deja asomar su realidad interior: cree y ama a su Jesús, pero de repente duda de él. Jesús le reconoce su fe, pero la califica de “poca”.
Retengamos el momento cumbre en que Jesús se hace salvador y pastor misericordioso de Pedro: le tiende la mano y lo agarra (con fuerza para sacarlo; 14,31). El gesto es al mismo tiempo un signo de la vida y la salvación que Jesús le ofrece al discípulo. También está indicando que la fe no se alcanza si no es con la ayuda del Señor (ver 16,17).
Estamos hoy ante una bella catequesis sobre la confianza en el Señor en medio de las dificultades y las pruebas: Pedro ha pedido un imposible, pero ahora él y todos, hemos de saber que aún eso, lo imposible, se puede lograr si confiamos en la Palabra del Señor. Por otra parte hoy, una vez más, proclamamos con fuerza el valor de la vida. Tomando a Pedro de la mano y sacándolo del caos de las aguas Jesús con su solo gesto nos repite: “¡Cuánto vale un hombre!” (Mt 12,12).