Mateo 21,1-11 y Mt 26-27: CARGAR LAS PALMAS Y LA CRUZ: ESTAR CON ÉL DONDE ÉL ESTÁ POR MÍ

El interrogatorio por parte del Sanedrín y las burlas (26,57-68). En el sanedrín se escucha la voz de los falsos testigos (26,59). Dos testigos le dirigen acusaciones teatrales al prisionero (26,60-61). Interviene entonces el sumo sacerdote (26,62) y le exige a Jesús una respuesta a las acusaciones. Pero Jesús permanece en silencio (como el siervo sufriente de Isaías 53,7). El silencio de Jesús lleva a Caifás a hacer la pregunta decisiva, acompañada ésta de un juramento (26,63). La identidad de Jesús, tal como se ha revelado en el evangelio, pasa a primer plano. Jesús responde “Tú lo has dicho” y añade enseguida una profecía que sorprende (26,64): sella su identidad y al mismo tiempo señala su destino. Los castigos que le aplican enseguida el sanedrín mismo contienen una ironía.

Las negaciones de Pedro (26,69-75). Pedro había seguido a Jesús de lejos (26,58) y esperaba ver en qué pararían las cosas: inicialmente llega seguro de sí mismo con el grupo de los captores y finalmente se irá lleno de remordimiento. Lo mismo que a Jesús, una serie de “testigos” se aproximan a Pedro y lo acusan de estar “con” Jesús, pero él lo niega enérgicamente. La tensión va aumentando a lo largo de las tres negaciones. Las negaciones van tomando carácter público, “delante de todos” (26,70). Pedro llega a jurar. La profecía de Jesús sobre Pedro se cumple y éste sale a “llorar amargamente” (26,75). El vínculo que lo une con Jesús no llega a romperse totalmente como quiso el discípulo: rápidamente reconoce su culpa y vuelve sus pasos sobre el discipulado.

el proceso judicial por parte de Pilato (27,11-31). Un nuevo paso, en un cambio de escenario, nos orienta hacia la conclusión. Jesús aparece de pie ante el gobernador romano. Pero serán los jefes hebreos y su mismo pueblo el que tome la extrema decisión de darle muerte. Tres episodios delinean estos momentos decisivos. (1) El interrogatorio por parte de Pilatos (27,11-14). La primera pregunta destaca un punto importante para los romanos: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Los términos de la preguntan nos remiten el comienzo del evangelio (ver 2,2). La respuesta es enigmática (25,11), pero en realidad es una afirmación. Esto da pie para el alboroto de las autoridades hebreas. A pesar del coro de las acusaciones, Jesús permanece en silencio (27,12-14). Pilato se sorprende (27,13-14). La aceptación de las violentas ofensas que le propinan sus enemigos traerá nueva vida al pueblo de Dios. (2) La escogencia decisiva entre Jesús y Barrabás (27,15-26). Esta escena le recuerda al lector que quien está ante Jesús y su mensaje, finalmente tendrá que tomar la decisión de aceptarlo o rechazarlo. En medio de la escena una mujer denomina a Jesús como “justo” (esto nos remite a la frase programática de Jesús en 3,15): ella reconoce la identidad de Jesús e intercede por él; al mismo tiempo los jefes judíos convencen a la multitud para que libere a Barrabás y condene a Jesús (27,20). Pilatos se exonera de la culpa. (3) Jesús es burlado por la guarnición romana: aparece como un rey humillado por sus enemigos (27,28-31). El proceso romano termina con torturas a Jesús por parte de los soldados: se burlan de su título “rey de los judíos”

crucifixión y muerte de Jesús (27,32-56) Terminado el juicio, el relato de la Pasión se precipita hacia su terrible final. Del pretorio, la escena ahora se desplaza hacia fuera de la ciudad: el Gólgota, un lugar reservado para ejecuciones públicas. Dos episodios, de capital importancia, suceden allí. (1) Jesús es crucificado y expuesto a las burlas públicas (27,32-44). Jesús es conducido como aquel hijo que fue echado “fuera de la viña” (21,39): el Mesías es rechazado por su pueblo. En contraposición, Simón, un extranjero (o un hebreo de la diáspora) carga la cruz del Mesías. Ya crucificado, Mateo hace notar que la Escritura se está cumpliendo en Jesús. Se escucha una lamentación bíblica. Las Escrituras se cumplen en Jesús, no sólo a través de sus palabras y obras, sino también a través de su perfecta unión con los sufrimientos de los justos de Israel. Al pie de Jesús los soldados le hacen “la guardia” (27,36), hay una nota de expectativa. Se coloca un cartel sobre la cabeza de Jesús (27,37), el cual declara solemnemente su identidad. Los dos ladrones al lado de Jesús señalan de manera irónica que su corte está compuesta de marginados y malhechores, tal como lo habían acusado: “amigo de publicanos y pecadores” (11,19). Enseguida pasa ante la Cruz una procesión de personas que vienen a mofarse de sus títulos. (2) Finalmente, llega el momento de la muerte del Hijo de Dios, con todo su dramatismo (27,45- 56). Un eclipse acompaña las últimas tres horas (27,45). La tiniebla recuerda que estamos ante el fin de los tiempos y ante “los dolores del nacimiento” de uno nuevo. El profundo silencio se rompe con un grito de Jesús: la lamentación del Salmo 22. Pero el centro de esta oración es una expresión de confianza en Dios: Dios responderá. Los adversarios encuentran motivo para otra burla: la de la experiencia del Dios de Jesús. Pero en la tiniebla de su lucha con la muerte, donde el amor salvífico del Padre parecía lejano, en realidad Jesús grita la oración liberadora de Israel, que a fin de cuentas reconoce la presencia viviente de Dios. Rápidamente llega el momento de la muerte: “gritó de nuevo” y “entregó el espíritu” (27,50). El último grito no es al vacío; Mateo deja entender que sigue orando el Salmo 22. Jesús muere orando. La respuesta no se hace esperar: una serie de signos cósmicos tremendos indican la primera respuesta del Dios a la oración de Jesús: se rasga el velo del Templo, sucede un terremoto, se quiebran las rocas y se abren los sepulcros para darle paso a la resurrección de los santos. Esta resurrección es el vértice: una imagen de esperanza, un pueblo nuevo constituido por “santos”, ha comenzado.

Contemplemos a Jesús en su Pasión. Jesús es el personaje más importante del relato de la Pasión. Bajo su luz, los diversos personajes que van pasando frente a Él, sean buenos o malos, van revelando su grandeza o su mediocridad. Es así como la Pasión del Señor va sondeando la verdadera calidad de un discípulo… que bueno que comencemos a delinear el retrato de Jesús que poco a poco va emergiendo, porque es en ese espejo en el que mejor y más a fondo podemos vernos y comprendernos. Las siguientes afirmaciones breves y comprimidas sobre las grandes constantes del retrato de Jesús en la Pasión pueden ayudarnos ahora a realizar este ejercicio orante: (1) En la Pasión Jesús aparece con mayor nitidez como el Hijo de Dios obediente, quien cumple las Escrituras y es fiel a Dios hasta la muerte. (2) En la Pasión Jesús es el Mesías y el Siervo de Dios, cuya misión redentora llega a su máxima expresión en la cruz que libera al pueblo de Dios del pecado y de la muerte. (3) En la Pasión Jesús se deja conocer como el Hijo del hombre que recorre el camino de la humillación y de la muerte, pero que vendrá triunfante al final del mundo. (4) Jesús es, en el momento crucial de la muerte, un ejemplo de fe auténtica. La que se espera de todo discípulo. Esta historia, que es ante todo una historia de fidelidad, permanece frente a nuestros ojos para renovar a fondo nuestra fidelidad en el amor.

P. Fidel Oñoro, cjm – Centro Bíblico del CELAM 

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