La parábola tiene como punto central el rechazo de Jesús por parte de Israel y la necesidad de que los discípulos de Jesús sean responsables con sus frutos. Al final de la parábola se anuncia la paradoja pascual: el hijo rechazado se convierte en la piedra angular de una edificación. Esta construcción es imagen de la comunión que se construye en el Cristo Pascual, piedra viva de la cual nos aferramos.
En primer lugar se observan los cuidados que el propietario le prodiga a su viña: la deja completa y hermosa. Luego la arrienda y se ausenta (21,333). Viene luego una serie de tres envíos por parte del propietario para recibir los frutos que le corresponden. Se va notando una progresión tanto en número (el segundo grupo de siervos es mayor que el primero) como en calidad (el último enviado es su hijo). Llega así el momento trágico del asesinato del hijo. Los labradores reflexionan: “Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia” (v.38).
Hasta aquí la parábola está releyendo la historia de la muerte de Jesús. Dios, el propietario, envía a siervos que, como Juan Bautista, no son oídos. Cuando el propietario manda a su propio hijo el trato al principio es similar, incluso peor. Los labradores representan a aquellos que no tienen interés en entregar sus frutos de conversión (ver Mt 3,8) y prefieren quitar de en medio, de manera definitiva, la voz perturbadora que pide responsabilidad (ver los vv.45-46). Estas son las actitudes que terminan llevando a Jesús hasta la muerte. Pero la irresponsabilidad se revierte contra los agresores: darán cuenta de sus actos y perderán sus privilegios, incluso la vida. La viña entonces será entregada a otros labradores que sí entregarán los frutos (v.41).
Esta parábola que leemos en el hoy de la Iglesia vuelve a cuestionar si a quien finalmente se le traspasó la viña está siendo responsable con su tarea. Podemos caer en la presunción de considerarnos pueblo elegido y dormirnos en nuestras responsabilidades. No cuenta tanto la belleza del discurso ni las grandes obras que se hagan sino la conversión al mensaje profético de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15).
La frase del v.43, “para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos”, está precedida por el anuncio de una piedra angular que al darle cohesión a todo el edificio supone superadas las fragilidades que llevaron a los primeros labradores a cometer su error. Por lo tanto la responsabilidad es mayor.
Repitamos hoy la oración de la primitiva Iglesia: “Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, que nos has revelado por medio de Jesús, tu siervo” (Didajé 9,3).