El punto particular que debemos examinar hoy es el del manejo de la autoridad. Así como en todo grupo humano, en una comunidad cristiana hay personas que tienen funciones en ella. Pero la autoridad no es sólo asunto de “cargos”, también se da a partir de la edad, de la experiencia y de los conocimientos que una persona posee. Si bien es cierto que todos somos iguales, no podemos desconocer que, por las razones que se acaban de enumerar, también se notan diferencias que determinan las relaciones al interior de una comunidad. El peligro de estas formas de diversidad y de superioridad está en el riesgo de que estas personas pongan en primer plano en sus relaciones su propia persona, el cultivo de su imagen y el deseo de enaltecerse sobre los demás. A este peligro responde Jesús con la enseñanza que leemos hoy. Leyendo cuidadosamente el evangelio notamos dos partes. Estas dos partes son como las dos caras de una moneda y juntas constituyen el mensaje:
- Lo que no hay que hacer (23,1-7). Los escribas son los que “se han sentado en la cátedra de Moisés” (23,2). Con esto Jesús hace referencia a la silla del maestro en la escuela rabínica. El nombre hace honor a Moisés, a quien se le considera el primer gran maestro en Israel, el primero en trasmitirle la Ley al pueblo. Jesús parte de esta observación para hacer una lista de advertencias sobre algunos equívocos de quien maneja la autoridad:
(1) La incoherencia: “Dicen, pero no hacen” (23,3). Sus palabras y sus hechos se contradicen. (2) La falta de compromiso: “Atan cargas… pero ni con el dedo quieren moverlas” (23,4). Se trata de que no le ofrecen explicaciones a la gente, ni las motivan, ni les señalan caminos pedagógicos para poder vivir las enseñanzas, simplemente imponen; ellos por su parte buscan una vida fácil. (3) La vanidad: “Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres” (23,5). Lo que buscan es “impresionar” positivamente a los demás (ver 6,1-2). (4) La ostentación: “Quieren el primer puesto…” (23,6). Exigen el respeto de los privilegios que la sociedad les concede gracias a su cargo: (a) en los banquetes que se realizaban en las casas; (b) en las ceremonias de la sinagoga; (c) en la vida pública, por las calles y plazas.
Jesús muestra cómo un maestro con este perfil no es creíble en su comunidad.
- El comportamiento distintivo de un discípulo de Jesús (Mt 23,8-12). De un discípulo de Jesús se espera un comportamiento completamente distinto. Jesús enseña que: lo importante no es aquello que nos diferencia sino aquello que nos une. El Señorío de Dios es la base de todas las relaciones comunitarias. Por eso Jesús nos recuerda que el verdadero Maestro y Director (23,8.10) es Él y que el único verdadero Padre es Dios (23,9). Cualquier autoridad en la comunidad está remitida a esta autoridad mayor. Por lo tanto, en el Señorío de Cristo y en la Paternidad de Dios, todos somos iguales: ¡todos somos hermanos!; de ahí que, no importa la función que se ejerza en la comunidad, todos tenemos la misma dignidad. Pero tampoco Jesús quiere decir que no haya autoridad en la comunidad, como si estuviera proponiendo algún tipo de anarquía. Lo que dice es que lo primero es la fraternidad y que, en función de ella, los encargados de dirigir la comunidad están llamados a reflejar el rostro de Jesús Maestro y Director, y el rostro de Dios Padre. No se trata, entonces, de una prohibición, como, por ejemplo, que a los sacerdotes no los llamen “padre”. Se trata de recordar que: (1) Ninguna autoridad se puede ejercer en nombre propio sino en comunión con el único Maestro, Director y Padre de la comunidad que son Jesús y su Padre. (2) Ninguna autoridad se puede ejercer para satisfacción personal y honor propio, sino únicamente para el servicio de los hermanos: “El mayor entre vosotros será vuestro servidor” (23,11).
Jesús nos llama, con sus palabras insistentes, para que construyamos juntos las comunidades sobre el doble criterio -claramente evangélico- de la fraternidad y el servicio.