Seguimos avanzando en la celebración de la Pascua del Señor, el triunfo que nos consiguió Nuestro Señor Jesucristo con su Resurrección. Y el siguiente paso es su gloriosa ascensión al cielo y por lo mismo su coronación a la derecha del trono de Dios Padre. Hoy, tanto la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, como el Evangelio de Marcos nos proponen tres momentos:
1.- Antes de la Ascensión: Jesús se está despidiendo porque sabe que no se va a quedar indefinidamente con nosotros de manera física y palpable, como a nosotros nos gustaría. Es decir, tenemos que aprender a vivir con Jesucristo a través de las virtudes teologales de la Fe y la Esperanza; sin verlo, pero sabiendo que viven con nosotros y en nosotros. Por ello, Cristo nos prepara con una serie de consejos: Esperen al Espíritu Santo y recíbanlo con toda solemnidad y alegría. El Paráclito o consolador les enseñará todo, les explicará cada vez más y mejor mi misterio, dice Jesús. Además, recibirán fuerza y vigor y muchos dones. Segundo. Sean mis testigos, mis testimonios ante todos los hombres. No tengan miedo de decir todo lo maravilloso y hermoso que han vivido en primera persona: el amor de Dios Padre a través de su Hijo que ha muerto por vosotros y ha borrado todos sus pecados. Y, por último, vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a todas las personas, lleven este mensaje que es alegría y esperanza para tanta gente llena de tristeza, de pecados, de dolores y de desorientación.
2.- En el momento de la ascensión.
Jesús es elevado al cielo por Dios su Padre que lo espera en cuerpo y alma y divinidad. Si. Jesucristo es el primero de ver a Dios Padre como hombre, con su humanidad glorificada. Él es nuestro nuncio, nuestro mensajero, la representación de toda nuestra humanidad. Dios Padre le da el trono que merece, a su derecha por su entrega en la pasión y en la cruz. Así, nos está diciendo que también nosotros, como Cuerpo Místico de Cristo, que también nosotros seremos “glorificados” y premiados, si tomamos nuestra cruz de cada día. Dios Padre y Dios Hijo, se dan un super abrazo y vuelven a estar juntos en esa unión amorosa eterna. Desde el cielo, Jesús nos enviará a su abogado, a su consolador estrella: el Espíritu Santo, para que nos explique todo, nos llene de dones y nos consuele cuando Jesús ya no esté en la tierra, acompañándonos de manera física y palpable.
3.- Después de la Ascensión.
Primero se les ve desorientados, pues su Señor y Maestro se va alejando y desaparece detrás de unas nubes. Tanto así, que los ángeles les tienen que “aterrizar” con preguntas y con frases de alerta: “¿Qué hacéis mirando al cielo? El que sube, vendrá después a juzgar a vivos y muertos”. Después se llenan de gozo y de alegría por el triunfo de Jesús, lo sienten en sus corazones y salen alegres a llevar ese mensaje lleno de esperanza y de gozo en el Señor. Por supuesto que se cumplen las palabras de Jesús: “acompañan a su predicación, signos y milagros por toda parte”. Así también nosotros. Si nos dejamos llenar del gozo del Espíritu Santo y comenzamos a vivir la vida de Cristo, podremos transmitir una noticia llena de esperanza, de alegría, de renovación interior que llevará fuerza y poder espiritual a muchas personas necesitadas de eso.
El triunfo es total: Dios Padre recibe toda gloria y honor y acoge a su Hijo Unigénito y amado por toda la eternidad. Jesucristo es coronado y glorificado, sentándose a la diestra de su Padre Dios. Los discípulos reciben la promesa de un Consolador y Abogado y con su fuerza son enviados a transmitir la alegría de nuestra redención. Así que nosotros también ganamos: recibimos al Espíritu Santo, damos gloria a Dios Padre y le pedimos todo lo que necesitemos a través de Jesús, nuestro intercesor absoluto ante el Padre.
Padre Fernando Limón