LUCAS 21, 25-36: Manténganse en pie ante el Hijo del Hombre.
Introducción:
Estas semanas, en que ya comenzamos a intercambiar buenos deseos con motivo de la Navidad, deben ser también un estímulo para descubrir y desear eficazmente las promesas del Mesías: la Paz, la Justicia, la hermandad, el nacimiento de un mundo nuevo desde la raíz.
El Adviento es advenimiento, llegada, “La Venida del Salvador”. La primera ocurrió hace 2.000 años y la segunda será al fin de los tiempos. Es tiempo para crecer en ESPERANZA, y en las actitudes que la misma implica: la VIGILANCIA, la FIDELIDAD EN LO COTIDIANO, la SENSIBILIDAD para descubrir y discernir la PRESENCIA misteriosa y real de Dios en nuestra vida y nuestro tiempo, que – como siempre – se hace presente para ser nuestro Salvador el Emmanuel: “Dios-con-nosotros”, “Dios salva”.
Tiempo para crecer en la certeza de que así como Dios cumplió las promesas del Antiguo Testamento, así colmará también todas nuestras expectativas: Él, que ha venido ya, y que ininterrumpidamente permanece entre nosotros, vendrá definitivamente con poder y gloria al fin de los tiempos para transformar todas las cosas a la medida de Cristo en su plenitud.
Por eso comenzamos este nuevo año litúrgico, dirigiendo una mirada hacia el final de los finales (como quien mira la cima antes de comenzar a subir la montaña), a fin de encaminarse bien, y no perder el rumbo.
Sin embargo, el Evangelio de hoy suena terrible y apocalíptico. ¿Porqué? Porque el tema del fin del mundo está bastante manoseado y resulta molesto para mucha gente: las sectas, que no predican la Esperanza, sino expectación enfermiza. Interpretan la Biblia de modo retorcido y equivocado. Y por eso no tienen autoridad para hablar del tema. La literatura barata de divulgación, pretendidamente científica (invasiones extraterrestres, guerras interplanetarias, ovnis, etc.) El cine, T.V., charlatanes en general. En todo este maremagnum, la Esperanza del Reino no aparece por ningún lado (porque todas esas cosas que dicen estos charlatanes son mentiras).
Cuando Cristo, LA VERDAD EN PERSONA, nos enseña sobre este tema, nos dice: Levanten la cabeza, se acerca su liberación. Cristo nos invita a la confianza y alivio, contraponiéndose así a todos aquellos que pretenden mostrar el fin del mundo como algo que debe crear terror y espanto.
Notemos que, en la Biblia, estos momentos decisivos de la historia se describen poniendo de relieve la íntima solidaridad que todos los elementos de la creación tienen con el hombre, vértice de la misma. Porque el hombre es el vértice, el rey de toda la creación, los elementos de la naturaleza aparecen como asociados a su suerte: el sol, la luna, las estrellas, el mar, la tierra, las montañas. Cuando el hombre pecó, toda la creación sufrió las consecuencias de esa rebeldía. Y San Pablo nos enseña que, así como el hombre será liberado del pecado y de todas sus consecuencias en el día de la Resurrección de los muertos, así también toda la creación participará de alguna forma de la exaltación final del hombre (la creación es solidaria con el hombre en el pecado y en la Redención)
Así, hay algunos textos de la Biblia donde se dice que al final de todas las cosas, toda la creación se encontrará en medio de tremendos sufrimientos, retorciéndose de dolor. Pero San Pablo explica que son dolores de parto (cfr. Rm. 8,22), y por ende, no de muerte, sino de vida. No son una tragedia, sino el paso necesario para algo NUEVO: una vida nueva, signada por la libertad gloriosa de los hijos de Dios: la liberación del pecado, el dolor, la tristeza y la muerte: es la victoria total y definitiva del Reino de Dios.
De este modo comprendemos el Evangelio de hoy: los sufrimientos terribles en que aparece envuelto el mundo indican que va a comenzar algo nuevo y distinto porque es el tiempo de la liberación del pecado, el dolor, el llanto, la tristeza y la muerte. Porque viene Cristo para implantar definitivamente su Reino.
Antes de esa venida de Cristo hay muchos sufrimientos sobre la tierra. Para quienes no tienen fe, esos dolores son terroríficos (no les encuentran sentido: son sufrimientos sin fe). Para nosotros, enseñados por Cristo, son dolores de parto: anuncian una nueva vida. Son una participación en los dolores de la Cruz de Cristo, que no terminó en la destrucción, sino en la Resurrección. Por eso hoy el Evangelio nos invita no al miedo, sino a levantar la cabeza para descubrir a Cristo glorioso que sale a nuestro encuentro desde el final de la historia. Miremos nuevamente hacia la cima, para no perder el rumbo en el camino.
Recuperemos el sentido del tiempo (no algo que pasa, sino Alguien que viene). El Adviento que hoy empezamos nos invita especialmente a no ceder a la tentación de considerar el sufrimiento como una ausencia de Dios Todo lo contrario: Navidad = Dios-con-nosotros, Dios muy cerca: en él vivimos, nos movemos, y existimos; en Él todo encuentra sentido: Él asume personalmente la historia de los hombres para transformar nuestros dolores en algo totalmente nuevo.
Contemplemos entonces, al comienzo de este Adviento, la presencia de María Sma. en el primer Adviento de la historia… y también, junto a Cristo, en el último adviento, cuando más que nunca buscaremos su presencia de Reina y Madre de Misericordia.
E Invoquemos a Dios Espíritu Santo (en realidad, nunca deberíamos comenzar nada sin invocarlo), pues Sin Él (E.S.), Dios está lejos, Cristo está en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la iglesia es una simple organización, la autoridad es dominación, la misión es propaganda, el culto es evocación y el obrar humano es una moral de esclavo. Pero con Él, Cristo está allí, el Evangelio es la misión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es Pentecostés, la Liturgia es un memorial y una anticipación, y el obrar humano se vuelve divino (fragmento oriental).