La voz del evangelista Marcos, quien presenta a Jesús como el Cristo e Hijo de Dios (1,1). “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Marcos anuncia el comienzo de una “Buena Noticia” (=Evangelio). La expresión “Buena Noticia”, es importante no sólo porque nos señala el carácter de mensaje, de anuncio que caracteriza la obra, sino también porque nos señala cuál es el ambiente dominante en el camino de Jesús. Lo que va a suceder es realmente “bueno”, “bello”, “encantador” e inspira una atmósfera de gozo. Esto nos recuerda al mensajero alegre que anuncia la cercanía de Dios, como en Isaías 40,9: “Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sion. Clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios”. El contenido de la Buena Noticia es una persona, Jesús, quien es al mismo tiempo el proclamador de ella. El tema central es la acción de Dios que transforma las situaciones negativas del hombre y lo atrae hacia su proyecto salvífico. Enseguida Marcos nos presenta dos títulos de Jesús, que retoman las dos confesiones de fe más importantes del Evangelio: “Cristo” e “Hijo de Dios”. Estas dos confesiones de fe del Evangelio delimitan claramente las dos grandes partes de la obra: Jesús descubierto como Mesías (8,27-30) y luego como Hijo de Dios (15,39).
La voz de Juan Bautista, el mensajero de los nuevos tiempos: Jesús vence el mal y nos introduce en su comunión con el Padre creador. Es Dios mismo quien le da la Palabra a Juan (ver 1,3). La “voz que clama (que grita) en el desierto” aparece históricamente en la persona de Juan, de quien dos veces consecutivas se dice que “proclamaba” (1,4 y 7). El contenido de su anuncio es la efectiva preparación del “camino del Señor” mediante el bautismo de conversión (1,4-5); la presentación de la persona de Jesús, el que ya está a punto de comenzar a recorrer su camino. Lo hace profetizando (1,7-8). Mc 1,6, justamente el versículo central de la sección que describe la misión del Bautista, nos presenta el ajuar y la dieta que caracterizaban al profeta como un nuevo Elías, es decir, el profeta de los nuevos tiempos. Se describe así la vida austera del profeta, un estilo que también caracterizará a los misioneros de Jesús (ver 6,8-9). Distingamos: su habitación: el desierto. Sus hábitos: los del profeta Elías (2 Reyes 1,8), el cual el profeta (Malaquías 3,23) anunció que iba a volver. Su alimento: el de un asceta. Su actividad: predicar la conversión y bautizar en las aguas del Jordán. Pero una vez que se nos ha presentado a Juan con su atuendo y hábitos de profeta, lo que más quiere subrayar Marcos es el contenido de su profecía acerca de Jesús (ver 1,7-8). El profeta de los nuevos tiempos habla aquí por única vez en todo el Evangelio y sus pocas palabras son precisas y claras. Todas ellas apuntan a una sola pregunta: ¿Quién es Jesús de Nazareth? Destaquemos brevemente los tres rasgos que caracterizan a Jesús según la voz del profeta:
1.“Detrás de mi viene…” (v.7ª). Jesús es EL QUE VIENE. La expresión es casi un título y su sentido es: Jesús es el que viene recorriendo un camino que parte de Dios y que conduce a Dios; Jesús es Dios que viene al encuentro de los hombres y solicita la apertura del corazón para acoger su llegada. Probablemente la expresión tenga un sentido todavía más profundo si la releemos desde la profecía de Daniel 7,13: “He aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del Hombre” (profecía que el mismo Jesús citará en la pasión para confesar su identidad: “veréis al Hijo del Hombre… venir…”, Mc 14,62). La profecía presenta a Jesús como Juez Escatológico, aquél con quien todo hombre tendrá que confrontarse porque él es el modelo, el paradigma del hombre. Pero también la idea es presentarnos a un Jesús siempre en movimiento, expresando así la cercanía de Dios al hombre.
2.“El que es más fuerte que yo” (v.7ª). Jesús es EL MAS FUERTE. Inicialmente la frase podría ser entendida como que Jesús es un profeta más poderoso que Juan. Sin embargo, dentro del mismo Evangelio se nos da la pista: el fuerte es Satanás, el poder del mal que impide la realización del hombre, desdibujando su rostro y arrastrando en contravía el proyecto creador y salvífico de Dios para la humanidad. Si bien Satanás es el fuerte, con un poder que todos de hecho experimentamos, aunque no lo personalicemos de esa manera, Jesús es el más fuerte: su poder es capaz de someter al que somete al hombre. Ante el pecado y todas las fuerzas del mal que experimentamos en la historia ha brotado una esperanza. Para esto ha venido Jesús: El primer milagro que Jesús realiza en el Evangelio es un exorcismo (ver 1,21-28). Su primera enseñanza que es que ha venido a destruir el mal: “Un hombre poseído por un espíritu inmundo… se puso a gritar: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazareth? ¿Has venido a destruirnos?” (1,23-24). Y Jesús puede más que el mal, tiene autoridad sobre él (ver 1,25-27). Ante la extraordinaria grandeza de Jesús, a Juan no le queda más que declarar su pequeñez: “Y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias” (1,7b).
3.“Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (v.8). Jesús es el que BAUTIZA CON ESPIRITU SANTO. El bautismo de Juan aparece como un bautismo pasado, cuya finalidad ha sido cumplida: sellar y validar ante Dios la actitud de conversión pecados de aquellos que abrieron su corazón ante el mensaje (ver 1,4-5). Ahora, el bautismo de Jesús, que no es un rito sino la experiencia del camino, completa lo que le que le falta al de Juan: el perdón de los pecados. Ese es el sentido de la expresión “bautizar” (=sumergir) “con Espíritu Santo” (=en la realidad de Dios mismo), indica que en ella se ha eliminado la barrera que separaba al hombre con Dios y que ambos viven ahora una perfecta comunión. Es en esta unión que el hombre crece y madura para la vida nueva en Dios. El mismo Espíritu que “impulsó a Jesús al desierto” (1,12), impulsa también al cada hombre que se hace discípulo por los caminos de Dios trazados por el ministerio terreno de Jesús de Nazareth.