San Mateo 22, 15-21: Una enseñanza de grandes consecuencias nos aguarda hoy. Está resumida en la frase de Jesús: “Lo del César, devolvédselo al César”.

Los fariseos hacen el complot y abordan a Jesús de forma indirecta: a través de una comisión compuesta por sus discípulos y un grupo de herodianos (22,16ª). La finalidad es hacerlo caer en desgracia, sea ante el mundo religioso sea ante el mundo político, representado en estos dos grupos. En Jerusalén se dan cita todos los poderes. Allí Jesús se mueve en un campo de tensiones fuertes entre el poder de las autoridades judías, el estado de ánimo del pueblo judío, los intereses del dominador romano y las opiniones de los diversos grupos judíos. Cada uno de estos poderes está dispuesto a usar la violencia, si es necesario, en función de sus intereses.  ¿De qué lado está Jesús? (1) Le están reconociendo su autoridad: “Sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza”. El “eres veraz” significa “eres fiel a tu palabra”. Que “enseñe el camino de Dios” quiere decir que transmite una doctrina que va de acuerdo con el querer de Dios, sin tener en cuenta los prejuicios humanos y sin ningún reduccionismo. (2) Lo felicitan por su imparcialidad.  “No te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas”. El “no mirar la condición de las personas” se refiere a la imparcialidad que lleva a no dejarse sobornar y a favorecer al litigante más pobre. Notemos cómo se coloca en primer lugar “el camino de Dios”, por lo tanto, se quiere hacer de la discusión una cuestión de doctrina. “¿Es lícito pagar tributo al César o no?” (22,17).  Sin embargo, su intención no es recta, como lo delata la reacción de Jesús: “Jesús conociendo su malicia, dijo: ‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis?” (22,18). La pregunta por si algo es “lícito” ya había aparecido antes (ver 12,10; 19,3). Se refiere a cuál es el querer de Dios. En este caso concreto, sobre a la legalidad o no del tributo imperial que le había sido impuesto a la provincia de Judea, desde cuándo se había puesto al frente de ella a un procurador romano. Los zelotas optaron por la posición más radical: se negaban radicalmente a pagar el tributo a Roma, sosteniendo que, fuera de Dios, no se podía tolerar a ningún soberano terreno (Ver Flavio Josefo: Guerra 2,118; Antigüedades Judías 18,4). Por su parte los fariseos no estaban de acuerdo, pero habían decidido pagarlo. El problema es la implicación de cualquier respuesta que dé Jesús. La pregunta está planteada de modo que sólo se puede responder “sí” o “no”. En ambos casos, Jesús habría caído en la trampa: un sí lo exponía a la acusación de ir contra el señorío absoluto de Dios; un no, lo expone a ser acusado de subversivo (ver Lucas 23,2). La pregunta, entonces, está muy bien pensada. El narrador del texto nos dice que efectivamente los adversarios de Jesús la habían planeado muy bien. La intención que está por detrás de esta trampa académica es quitarse de encima al maestro itinerante que se ha vuelto incómodo para las autoridades y muy querido por las multitudes. Pero notemos que, para responder, Jesús no toma como punto de partida una norma abstracta, sino el comportamiento concreto de los que lo interrogan. Los adversarios vienen a exigirle coherencia entre enseñanza y vida, y están listos para  hacerle caer en cuenta dónde es que esta coherencia le hace falta.  Pero ellos parten de un mal presupuesto: la convicción de que el tributo al César es incompatible con la fidelidad a Dios.

La enseñanza de Jesús: “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (22,21b). Jesús cuestiona la concepción que sus adversarios tienen de la relación entre Dios y el emperador. Jesús aquí no elabora una doctrina sobre cómo deben ser estas relaciones, pero sí deja claro que Dios y el emperador no entran en competencia entre ellos.  De ahí que la fidelidad a Dios no se demuestra con el rechazo del tributo al emperador, por eso: “Lo del César, devolvédselo al César”. Pero hay cuestiones que son competencia de la autoridad terrena. Debe quedar claro que Dios y quien detenta la autoridad terrena no están en el mismo plano. Dios tiene exigencias que superan las del emperador y el emperador no tiene autoridad para atribuirse competencias que solo le pertenecen a Dios, porque “lo de Dios es de Dios” y de nadie más.

La respuesta de Jesús supera las pretensiones teocráticas del estado y del poder político. El emperador –el estado- tiene derecho a los tributos, pero no a la vida de los ciudadanos: no es Dios ni tiene características divinas. Creado a imagen y semejanza de Dios, sólo a Dios es que el hombre se le debe entregar como tributo. Esta enseñanza de Jesús está respaldada con su vida. Fue así como se comportó “el Hijo”: Jesús nunca puso en segundo plano los derechos de su Padre, aun cuando esta actitud le costara la vida.

Los fariseos hacen el complot y abordan a Jesús de forma indirecta: a través de una comisión compuesta por sus discípulos y un grupo de herodianos (22,16ª). La finalidad es hacerlo caer en desgracia, sea ante el mundo religioso sea ante el mundo político, representado en estos dos grupos. En Jerusalén se dan cita todos los poderes. Allí Jesús se mueve en un campo de tensiones fuertes entre el poder de las autoridades judías, el estado de ánimo del pueblo judío, los intereses del dominador romano y las opiniones de los diversos grupos judíos. Cada uno de estos poderes está dispuesto a usar la violencia, si es necesario, en función de sus intereses.  ¿De qué lado está Jesús? (1) Le están reconociendo su autoridad: “Sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza”. El “eres veraz” significa “eres fiel a tu palabra”. Que “enseñe el camino de Dios” quiere decir que transmite una doctrina que va de acuerdo con el querer de Dios, sin tener en cuenta los prejuicios humanos y sin ningún reduccionismo. (2) Lo felicitan por su imparcialidad.  “No te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas”. El “no mirar la condición de las personas” se refiere a la imparcialidad que lleva a no dejarse sobornar y a favorecer al litigante más pobre. Notemos cómo se coloca en primer lugar “el camino de Dios”, por lo tanto, se quiere hacer de la discusión una cuestión de doctrina. “¿Es lícito pagar tributo al César o no?” (22,17).  Sin embargo, su intención no es recta, como lo delata la reacción de Jesús: “Jesús conociendo su malicia, dijo: ‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis?” (22,18). La pregunta por si algo es “lícito” ya había aparecido antes (ver 12,10; 19,3). Se refiere a cuál es el querer de Dios. En este caso concreto, sobre a la legalidad o no del tributo imperial que le había sido impuesto a la provincia de Judea, desde cuándo se había puesto al frente de ella a un procurador romano. Los zelotas optaron por la posición más radical: se negaban radicalmente a pagar el tributo a Roma, sosteniendo que, fuera de Dios, no se podía tolerar a ningún soberano terreno (Ver Flavio Josefo: Guerra 2,118; Antigüedades Judías 18,4). Por su parte los fariseos no estaban de acuerdo, pero habían decidido pagarlo. El problema es la implicación de cualquier respuesta que dé Jesús. La pregunta está planteada de modo que sólo se puede responder “sí” o “no”. En ambos casos, Jesús habría caído en la trampa: un sí lo exponía a la acusación de ir contra el señorío absoluto de Dios; un no, lo expone a ser acusado de subversivo (ver Lucas 23,2). La pregunta, entonces, está muy bien pensada. El narrador del texto nos dice que efectivamente los adversarios de Jesús la habían planeado muy bien. La intención que está por detrás de esta trampa académica es quitarse de encima al maestro itinerante que se ha vuelto incómodo para las autoridades y muy querido por las multitudes. Pero notemos que, para responder, Jesús no toma como punto de partida una norma abstracta, sino el comportamiento concreto de los que lo interrogan. Los adversarios vienen a exigirle coherencia entre enseñanza y vida, y están listos para  hacerle caer en cuenta dónde es que esta coherencia le hace falta.  Pero ellos parten de un mal presupuesto: la convicción de que el tributo al César es incompatible con la fidelidad a Dios.

La enseñanza de Jesús: “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (22,21b). Jesús cuestiona la concepción que sus adversarios tienen de la relación entre Dios y el emperador. Jesús aquí no elabora una doctrina sobre cómo deben ser estas relaciones, pero sí deja claro que Dios y el emperador no entran en competencia entre ellos.  De ahí que la fidelidad a Dios no se demuestra con el rechazo del tributo al emperador, por eso: “Lo del César, devolvédselo al César”. Pero hay cuestiones que son competencia de la autoridad terrena. Debe quedar claro que Dios y quien detenta la autoridad terrena no están en el mismo plano. Dios tiene exigencias que superan las del emperador y el emperador no tiene autoridad para atribuirse competencias que solo le pertenecen a Dios, porque “lo de Dios es de Dios” y de nadie más.

La respuesta de Jesús supera las pretensiones teocráticas del estado y del poder político. El emperador –el estado- tiene derecho a los tributos, pero no a la vida de los ciudadanos: no es Dios ni tiene características divinas. Creado a imagen y semejanza de Dios, sólo a Dios es que el hombre se le debe entregar como tributo. Esta enseñanza de Jesús está respaldada con su vida. Fue así como se comportó “el Hijo”: Jesús nunca puso en segundo plano los derechos de su Padre, aun cuando esta actitud le costara la vida.

 

Fidel Oñoro, cjm – Centro Bíblico del CELAM

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